La mayor parte de la civilización está basada en la cobardía. Es tan fácil civilizar enseñando cobardía. Aplacas los criterios que podrían conducir a la valentía. Restringes las voluntades. Regulas los apetitos. Vallas los horizontes. Haces una ley para cada movimiento. Niegas la existencia del caos. Incluso enseñas a los niños a respirar despacio. Domesticas.
- Frank Herbert.
Lo que aparece a continuación es una metáfora robada. La usé por primera vez en un mail que le mandé a una amiga hace unos meses. Lo escribí rápido, sin pensar demasiado; sólo dejando salir ideas que pululaban desordenadas por mi cabeza hasta aquel momento. Cuando lo terminé me pareció un batiburrillo; pero lo esencial estaba ahí y quien lo iba a leer me conocía lo suficiente como para no malinterpretarme.
Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a cómo reescribir lo que conté en aquella ocasión. Lo he releído media docena de veces. Al final, he decidido dejarlo tal cual, cortar y pegar. En su día me pareció un caos, hoy creo que me sería casi imposible decirlo de otra manera y conservar todos los matices, la pasión del momento. No creo que fuese capaz de hacerlo de nuevo en dos párrafos. Aquí está, con sus faltas gramaticales y de ortagrafía incluidas. No he querido cambiar nada:
[...] el dolor no es un problema, tal vez una putada, pero no un problema. El dolor enseña, del sudor aprendes, los hijos de puta que te cruzas por el camino te hacen mejor persona. [...]
Uno de los mayores fracasos de nuestra sociedad es que nos educan para ser ovejas, nos hacen creer que los lobos no existen. Claro, cuando nos encontramos con uno (y al final siempre pasa, llámalo hijo de puta, ruptura sentimental, despido, muerte de alguien querido o lo que sea) nos sentimos tan confusos, tan indefensos, que nuestro único recurso es la ira y la frustración, porque en todo lo que nos han enseñado no hay lugar para los lobos. No sabemos evitar el mordisco, no soportamos el dolor, es tan inconcebible la presencia del lobo, tan aberrante. Gritamos que no debería estar allí. Exigimos a los que nos educaron como ovejas que maten al lobo. Inventamos a la policia, el prozac, las comedias románticas y cuando algo va mal eludimos toda responsabilidad, incluso la de defendernos a nosotros mismos, la de enmendar el entuerto, la de matar al lobo. Cuando alguien se lanza al mar para rescatar a una niña, decimos que es un heroe, cuando debería de ser lo normal. Cuando alguien nos roba, es culpa de la policia, que nunca está donde debe. La ovejas nunca tienen la culpa, no son responsables de nada. Sólo quieren pastar con otras ovejas, seguras dentro del redil y que otros se encarguen de mantener al lobo fuera. Y, en el peor de los casos, la oveja, harta, frustrada, se transforma en lobo.
Me has oído un par de veces hablar acerca de una espada. No es una metáfora gratuita o meramente friky. Puedo llevar una espada porque me he alzado sobre mis piernas y he dejado de ser una oveja. Me he hecho responsable de mi dolor y de mi felicidad. Sudando, sufriendo, he aprendido a manejarla para defenderme los lobos. Me siguen acosando, empujando, mordiendo... Enseñando. Algunos creen, que una persona con espada se diferencia en poco de un lobo y sus colmillos. Error. Los colmillos del lobo responden al instinto de defenderse, de comer, a la manada, al de conseguir lo que quiere a cualquier precio. Mi espada me sirve a mí, a la persona. La uso cuando mis sentimientos y mi razón (cada vez tengo menos clara cual es la diferencia) me dicen que debo hacerlo, para defenderme, luchar por mis sueños o ayudar a quien me place. Soy responsable de mantenerla limpia y afilada. Soy responsable de cada herida que causa y de los errores que cometo con ella. Su poder me exige una disciplina que acepto con gusto. Me otorga la posibilidad abrime camino fuera del redil, entre lobos esclavos de sus instintos, entre ovejas esclavas de su miedo. Yo sólo temo a mi espada: a veces pesa, quiero abandonarla y correr con los lobos; a veces no controlo sus golpes y lastima a quien no debe; a veces es demasiado grande para luchar en distancias cortas. Tengo que seguir practicando; por suerte hay lobos de sobra. [...]
Recordad que esto no es filosofía, es sólo una metáfora. Y las metáforas son muy poco elásticas; si las estiráis, se rompen. Son una herramienta para decir algo, para haceros llegar un soplo de viento. No traéis de atraparlo en un vaso, dejadlo que os acaricie la cara y seguid adelante.
Hay una cosa más sobre mi espada que no os he dicho. Está escrito en su hoja, grabado en el acero:
Lo que aparece a continuación es una metáfora robada. La usé por primera vez en un mail que le mandé a una amiga hace unos meses. Lo escribí rápido, sin pensar demasiado; sólo dejando salir ideas que pululaban desordenadas por mi cabeza hasta aquel momento. Cuando lo terminé me pareció un batiburrillo; pero lo esencial estaba ahí y quien lo iba a leer me conocía lo suficiente como para no malinterpretarme.
Llevo todo el fin de semana dándole vueltas a cómo reescribir lo que conté en aquella ocasión. Lo he releído media docena de veces. Al final, he decidido dejarlo tal cual, cortar y pegar. En su día me pareció un caos, hoy creo que me sería casi imposible decirlo de otra manera y conservar todos los matices, la pasión del momento. No creo que fuese capaz de hacerlo de nuevo en dos párrafos. Aquí está, con sus faltas gramaticales y de ortagrafía incluidas. No he querido cambiar nada:
[...] el dolor no es un problema, tal vez una putada, pero no un problema. El dolor enseña, del sudor aprendes, los hijos de puta que te cruzas por el camino te hacen mejor persona. [...]
Uno de los mayores fracasos de nuestra sociedad es que nos educan para ser ovejas, nos hacen creer que los lobos no existen. Claro, cuando nos encontramos con uno (y al final siempre pasa, llámalo hijo de puta, ruptura sentimental, despido, muerte de alguien querido o lo que sea) nos sentimos tan confusos, tan indefensos, que nuestro único recurso es la ira y la frustración, porque en todo lo que nos han enseñado no hay lugar para los lobos. No sabemos evitar el mordisco, no soportamos el dolor, es tan inconcebible la presencia del lobo, tan aberrante. Gritamos que no debería estar allí. Exigimos a los que nos educaron como ovejas que maten al lobo. Inventamos a la policia, el prozac, las comedias románticas y cuando algo va mal eludimos toda responsabilidad, incluso la de defendernos a nosotros mismos, la de enmendar el entuerto, la de matar al lobo. Cuando alguien se lanza al mar para rescatar a una niña, decimos que es un heroe, cuando debería de ser lo normal. Cuando alguien nos roba, es culpa de la policia, que nunca está donde debe. La ovejas nunca tienen la culpa, no son responsables de nada. Sólo quieren pastar con otras ovejas, seguras dentro del redil y que otros se encarguen de mantener al lobo fuera. Y, en el peor de los casos, la oveja, harta, frustrada, se transforma en lobo.
Me has oído un par de veces hablar acerca de una espada. No es una metáfora gratuita o meramente friky. Puedo llevar una espada porque me he alzado sobre mis piernas y he dejado de ser una oveja. Me he hecho responsable de mi dolor y de mi felicidad. Sudando, sufriendo, he aprendido a manejarla para defenderme los lobos. Me siguen acosando, empujando, mordiendo... Enseñando. Algunos creen, que una persona con espada se diferencia en poco de un lobo y sus colmillos. Error. Los colmillos del lobo responden al instinto de defenderse, de comer, a la manada, al de conseguir lo que quiere a cualquier precio. Mi espada me sirve a mí, a la persona. La uso cuando mis sentimientos y mi razón (cada vez tengo menos clara cual es la diferencia) me dicen que debo hacerlo, para defenderme, luchar por mis sueños o ayudar a quien me place. Soy responsable de mantenerla limpia y afilada. Soy responsable de cada herida que causa y de los errores que cometo con ella. Su poder me exige una disciplina que acepto con gusto. Me otorga la posibilidad abrime camino fuera del redil, entre lobos esclavos de sus instintos, entre ovejas esclavas de su miedo. Yo sólo temo a mi espada: a veces pesa, quiero abandonarla y correr con los lobos; a veces no controlo sus golpes y lastima a quien no debe; a veces es demasiado grande para luchar en distancias cortas. Tengo que seguir practicando; por suerte hay lobos de sobra. [...]
Recordad que esto no es filosofía, es sólo una metáfora. Y las metáforas son muy poco elásticas; si las estiráis, se rompen. Son una herramienta para decir algo, para haceros llegar un soplo de viento. No traéis de atraparlo en un vaso, dejadlo que os acaricie la cara y seguid adelante.
Hay una cosa más sobre mi espada que no os he dicho. Está escrito en su hoja, grabado en el acero:
Respétate a tí mismo.