sábado, 31 de enero de 2009

Macdonalización de. . . Todo

Hace ya bastantes meses, puede que más de un año, cuando la movida del Tibet se volvió a poner de moda, una amiga me mandó una invitación para unirme a AVAAZ.org y sumar mis quejas a las de miles de personas en todo el mundo por lo que lleva tantos ocurriendo. Soy poco amigo de todas estas campañas por internet, porque es difícil saber quién las organiza, cuál es la ideología de fondo, qué uso le van a dar a tu aportación (sea la que sea) o cuál es el verdadero talante de las personas responsables. Antes de firmar aquel manifiesto en apoyo a los intentos del Dalai Lama por reabrir el diálogo con las autoridades Chinas, me pasé un par de horas leyendo acerca de la organización detrás de todo el tinglado. Una vez satisfecho, decidí firmar, ese y muchos otros documentos que me han llegado para apoyar otras tantas causas.

El objetivo hoy no es hacer publicidad sobre AVAAZ.org ni proselitismo barato, si tenéis interés podeís ir y mirar vosotros mismos. Lo que me ronda por la cabeza es lo que más me dio que me pensar a la hora de decidir si firmar o no aquella primera vez. Alguien me manda casi todas la semanas un manifiesto solidario con alguna causa, una carta pidiendo o exigiendo esto o aquello a los líderes mundiales o un mensaje de apoyo a los actos de personas a las que no conozco. Como ya tienen mis datos sólo tengo que escribir mi e-mail y darle a botón de firmar. Solidaridad rápida. Activismo político 2.0 . . .

Ni de lejos soy es primero en hacer esta reflexión, ni en decir que todo a nuestro alrededor se macdonaliza. En el siglo veintiuno, como en esa famosa cadena de hamburgeserías, todo es rápido e impersonal. Ellos nos dan comida rápida. La empresas de trabajo temporal proporcionan a las compañias empleados rápidos, de usar y tirar. Las tarjetas de crédito nos dan dinero rápido. Vamos al solarium buscando un bronceado rápido. En los supermercados ya no tratamos con el tendero, ahora lo metemos todo en carrito, pagamos y nos vamos. Por la noche, en los bares, compramos y vendemos sexo rápido. En el cine, en las agencias de viajes, en IKEA, todo es rápido, limpio, impersonal, empaquetado a nuestro gusto y listo para llevar. Sin esfuerzo, sin pensar. Le el manifiesto, o ni siquiera eso, pon tu e-mail y fimar, es todo lo que tuve que hacer para manifestarme contra los ataques israelíes en Gaza. Ni salir a la calle a pasar frío, ni dejarme la garganta gritando. Nada. La gente de AVAAZ.org se encarga de que lo pueda hacer en dos minutos sentado en casa. Y lo jodido es que puede que sea lo más efectivo; porque esos miles e-mail y manifiestos firmados terminan llegando al despacho de alguién o la cumbre de no sé donde y dando por culo más que miles de energúmenos gritando frente a la embajada de Chiquitistán. SIn esfuerzo. Limpio. Impersonal. Justo lo contrario de lo que se supone que deberían de ser la solidaridad y el activismo: esforzarse, mancharse las manos, involucrar los valores personales.

Cada vez que firmo una de las cartas que me mandan me asaltan las misma dudas. Cada vez me viene a la cabeza la pregunta de Frank Herbert:

¿Es tu religión real cuando nada te cuesta y no implica riesgo alguno?

No profeso religión alguna; pero la pregunta sigue teniendo el mismo sentido cambiando la palabra religión por creencias, valores, principios, esperanzas, sueños. No profeso religión alguna; pero mañana, domingo, va ser un día santo, especial, significativo como para muchos creyentes en la fe que sea. Por primera vez la gente de AVAAZ.org me ha pedido un esfuerzo mayor que escribir mi e-mail y pulsar firmar. Mañana miles de personas en todo el mundo ayunaremos en gesto de apoyo a la huelga de hambre de Kumi Naidoo y solidaridad con el pueblo de Zimbabue (para ver el video pulsa AQUÍ).

Elijo no comer mañana para recordar que miles de personas en el mundo no tienen esa elección.

jueves, 29 de enero de 2009

Discúlpenme


Outside - Staind

Discúlpenme vuesas mercedes que haya tenido esto parado tantos días. Entre el trabajo y Don Vitor, que ha estado desde la semana pasada por aquí despidiéndose de escandinavia, he parado en casa entre cero y menos uno. Cuando no estaba ganándome el jornal, nos dedicamos a disfrutar de las vistas de las cafeterías danesas y a asegurarnos de que la vida nocturna de Copenhague siga bien viva. El poco tiempo que hemos pasado en casa lo invertimos en las muy nobles artes del cocinar y el zampar. Y no fueron pocas las medianoches que nos sorprendieron sentados frente a un tablero de ajedrez y acompañados de una botella de vino mientras debatíamos los pecados de la carne.

Más cosas. El trabajo bien, gracias. El proyecto express que nos encargó la petrolera que nos financia está llegando a buen puerto. Además, la gran noticia de la semana es que otra compañía a decedido financiarnos por otros cinco años, prorrogables a diez, con un millón de dólares por año. Así que mañana por la tarde toca fiesta en el trabajo para celebrarlo. Y aunque un servidor en teoría tenga que terminar la tesis para noviembre, todo esto son puertas que podrían irse abriendo para el futuro.

Para terminar una pequeña satisfación personal. Después de juguetear un poco con una guitarra, he conseguido averiguar como hacer para sacarle ruidos con un parecido razonable a la canción que encabeza esta entrada. Próximo objetivo, está otra:



11 AM - Incubus

P.S.- Me acabo de enterar que Staind ha tocado en Copenhague hace cuatro horas. Y yo sin enterarme. Mecagüen!!!

martes, 20 de enero de 2009

Revisitando Oslo


Ni por pereza, ni dejadez, hay dos buenos motivos por los que he esperado hasta hoy para contaros que este fin de semana volví a Oslo. Primero, si lo contaba antes de irme, alguien podría leerlo y estropearse la sorpresa. Segundo, había que esperar a que llegase otro viajero con las fotos del evento.

Estuve en Oslo hace dos años, en verano, disfrutando del sol de los largos días de julio. Tocaba volver en pleno invierno y ver la otra cara de la ciudad del fiordo. Tocaba verla vestida de blanco, moviéndose perezosa bajo un cielo nublado. Quería pasear por el puerto nevado con el viento helado revolviéndome el pelo. Quería mirar el mismo mar sombrío que miraron con temor hombres valientes antes zarpar hace siglos hacia promesas de lugares cálidos. Lugares cálidos que encontré en casas ajenas, en la hospistalidad, en las sobremesas entre velas, en los abrazos que nos dimos después de tanto tiempo.

Fue un fin de semana tranquilo, sin prisas. Dedicando el tiempo que había que dedicarle
a cada cosa. A pasear por las calles nevadas. A comer con calma. A charlar y reir con los amigos. A hacer inventario de la vida nocturna. A dejar algún momento memorable para posteridad. Fue un fin de semana perfecto para practicar el noble arte de viajar sin prisas. Sin que museos ni monumentos le organicen a uno la agenda sin permiso. Sin más visitas obligadas que las que a uno le placen.

Los últimos años, con tanto ir de un lado para otro, tanto avión, tantas nuevas vistas, han cambiado mi manera de viajar. Hubo un momento en que me entristecía que la euforia, el asombro con que daba mis primeros pasos por cualquier sitio, se hayan atenuado, transformado en una contemplación serena de las novedades ante mis ojos. Ahora me alegro, porque se debe a la tranquilidad de quien no se siente turista en ningún sitio. Supongo que es lo que pasa cuando aprendes que en el mundo no existen muchos lugares, sino sólo uno, grande y variado.

miércoles, 14 de enero de 2009

Cogiendo ritmo


Con tanto viaje, tanta navidad y tanto trabajo, he tenido esto un poco parado. Así que va siendo hora de sacudir un poco la bitácora; pero poco a poco. . . Tampoco es cuestión de estresarse, que acabamos de empezar el año y, como decía mi abuela, las cosas no son como empiezan; aunque empezar haya que empezarlas. Así que, una vez aterrizado en Copenhague y dormido un buen puñado de horas en mi querida y enorme cama, empecé por organizarme la montaña de trabajo que tenemos que terminar para fin de mes.

Ojo, no descuidar la vida social, que por aquí abunda, pero hay que regarla con generosidad o, mejor dicho, darle de comer. Como fue imposible reunirnos antes de navidad, nos guardamos la cenorra para este sábado. Mucha y variada comida, vino en abundancia (aún me quedan unas cuantas botellas en la cocina, gracias) y una docena de individuos entre españoles, húngaros, italianos, danesas, islandeses, yankis y australianas me llenaron la casa de ruidos y conversaciones agradables, risas y sonrisas, calor, aroma a hogar y platos que fregar. Pero ese problema nimio lo resolvimos por la mañana (ejem. . .), después desperdigarnos por la noche danesa y recuperarnos durmiendo la mañana a pierna suelta.

Leer. También han sido días para leer. Mucho. A ratitos u horas enteras una tras otra. Volver a sumergirme en historias que me echaban en cara que las hubiera dejado abandonadas durante semanas. Ya hemos hecho las paces. Vuelven a susurrarme inspiradoras. Vuelvo a tener la cabeza bullendo de ideas. Tantas y tan poco tiempo, como siempre, como tiene que ser, para sacarlas del caos y ordenarlas sobre una hoja en blanco. Poco a poco, ya habrá tiempo. Y si no, ya lo robaré, para variar. De momento algunas irán saliendo por aquí, que me he olvidado de vosotros, ni de mí.

Y entrenar, cómo no, cómo si no. Sin el dolor, sin el sudor, sin el agotamiento se me escapa la cordura entre días vacíos. Sin golpear con todas mis fuerzas, sin defender en un parpadeo, sin aprenderme un poco más cada día, cómo voy a saber que estoy vivo.

Estos días voy saliendo de la hibernación poquito a poco, sin prisa, voy cogiendo ritmo.


Imagen: adaptación de Rhythm, illdesign.

jueves, 8 de enero de 2009

El egoísta placer de la soledad


Otras veces me daba pereza, sentía ilusión o incertidumbre, quizá morriña y entusistamo; esta vez tenía miedo. Los problemas aguardaban al pie de la escalerilla del avión. Traían de la mano expectativas de solución. Expectativas neblinosas que arrastraron en jirones los fríos vientos de realidad. Y esta vez en mi mochila sólo traía un poquito de calor y algunas sonrisas. Nada más. Nada más que una vela temblorosa para guiar un barco en horas oscuras. Un llama testaruda en medio de la tormenta, apenas sufiente para calentarse a sí misma al borde el acantilado. Nada más. Perdonadme por no saber ser nada más.

Ahora vuelvo a estar aquí lejos. Con los ojos cerrados. Refugiado en el egoísta placer de la soledad. Con una espada inútil en la mano. Demasiado corta para luchar desde aquí vuestras batallas. Paseo con ella junto a lagos helados. Respiro el aire gélido. Y grito al sol de mediodía que me cuente cómo hace tan hermosos los cortos días de invierno. Que me explique cómo aullentar a la noche, cómo calentar estando tan lejos. . .

Pero es hora de dejar de hablar de mí. Los protagonistas de esta primera historia del año son otros.

DRAMATIS PERSONÆ:

- Un hombre que va a luchar la batalla más dura de su vida. Y va a vencer; aunque él aún no lo sepa, yo sí, porque él fue quién me explicó que a pesar del miedo hay que apretar los dientes, alzar la cabeza, mirarlos a los ojos y partirles la cara si es necesario. A pesar del miedo hay que pelear.

- Una niña que cree estar en un ahujero oscuro; pero si abre un poco más ojos descubrirá que ocurre todo lo contrario, que ha subido demasiado alto, hasta una cumbre peligrosa y helada donde las verdades cortan y los pies resbalan. Sólo debe dar media vuelta, volver a bajar al valle cálido donde rien los niños y jugar sin preocuparse más por lo que vio allí arriba.

- Una mujer que, como a la mayoría de su generación, le mintieron cuando le explicaron que con la Transición ya se había arreglado todo, que después de la lucha llegaba la paz. Y no, la guerra nunca termina. Después de una batalla llega otra. Por eso una debe saber pelear y saber descansar, incluso mientras las balas silben por encima de la cabeza. Cavar trincheras cálidas y confortables y disfrutar del egoísta placer de la soledad, aunque sea acompañada.

A los tres, un abrazo cálido desde el frío norte.


Imagen: Loneliness, Mark Power.