martes, 20 de enero de 2009

Revisitando Oslo


Ni por pereza, ni dejadez, hay dos buenos motivos por los que he esperado hasta hoy para contaros que este fin de semana volví a Oslo. Primero, si lo contaba antes de irme, alguien podría leerlo y estropearse la sorpresa. Segundo, había que esperar a que llegase otro viajero con las fotos del evento.

Estuve en Oslo hace dos años, en verano, disfrutando del sol de los largos días de julio. Tocaba volver en pleno invierno y ver la otra cara de la ciudad del fiordo. Tocaba verla vestida de blanco, moviéndose perezosa bajo un cielo nublado. Quería pasear por el puerto nevado con el viento helado revolviéndome el pelo. Quería mirar el mismo mar sombrío que miraron con temor hombres valientes antes zarpar hace siglos hacia promesas de lugares cálidos. Lugares cálidos que encontré en casas ajenas, en la hospistalidad, en las sobremesas entre velas, en los abrazos que nos dimos después de tanto tiempo.

Fue un fin de semana tranquilo, sin prisas. Dedicando el tiempo que había que dedicarle
a cada cosa. A pasear por las calles nevadas. A comer con calma. A charlar y reir con los amigos. A hacer inventario de la vida nocturna. A dejar algún momento memorable para posteridad. Fue un fin de semana perfecto para practicar el noble arte de viajar sin prisas. Sin que museos ni monumentos le organicen a uno la agenda sin permiso. Sin más visitas obligadas que las que a uno le placen.

Los últimos años, con tanto ir de un lado para otro, tanto avión, tantas nuevas vistas, han cambiado mi manera de viajar. Hubo un momento en que me entristecía que la euforia, el asombro con que daba mis primeros pasos por cualquier sitio, se hayan atenuado, transformado en una contemplación serena de las novedades ante mis ojos. Ahora me alegro, porque se debe a la tranquilidad de quien no se siente turista en ningún sitio. Supongo que es lo que pasa cuando aprendes que en el mundo no existen muchos lugares, sino sólo uno, grande y variado.

9 comentarios:

  1. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

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  2. Zi zenhor!!! Gran finde!!Muy divertido, aunque es recomendable que algunos documentos graficos sigan en el ostracismo, eh!!!
    Beijos nenita

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  3. Jajajaja. En el ostracismo, tal vez no, pero guardados bajo llave sí ;)

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  4. Vaya, menudo cambio ha pegado el parque de Oslo. Estuve allí en Junio y aunque no era para estar en camiseta corta, se estaba a gusto. A mí los sitios "de frío" me gusta verlos en su salsa, es decir, con frío. Cuando hace tres años me fui a Alemania, en navidades y con plena ola de frío, me decían que estaba chalada. Pero no cambio eso por nada. Conocí Berlín, ciudad que me fascina, en pleno invierno, con nieve y me pude imaginar su historia mucho mejor que si me hubiera ido en verano con todo el mundo en la calle y tirado por el césped. Y la ciudad me enganchó.

    Ahora, también es cierto lo que dices que cuantos más sitios visitas, se va atenuando esa euforia del principio. Es todo más comedido.

    Y a mí los viajes que me gustan de verdad es lo que son para descansar primero, para conocer la cultura y vida de los locales, imprescindible estar rodeados por ellos, algo de naturaleza y algo de cultura. Ni todo de museos y patearse (que también lo hago en un sitio nuevo), ni todo relax en plan playa del Caribe. Un poco de to :-D

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  5. El último párrafo es para enmarcarlo. Un abrazo.

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  6. Berlín, que grande Berlín. . .

    Y sí, cada vez estoy más convencido de que se aprende más de un lugar tratando de comprar una tarta, sumegiendote en la su presente, que visitando museos, paseando entre su pasado.

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  7. Me alegra saber que no me pasa a mí sólo, Banyú ;)

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  8. Que grande haberos tenido por aquí pirata.
    Un placer haber compartido las cervezas, el vino, la tarta, las risas, las anécdotas y los recuerdos.

    Solo puedo decir, que espero que se repita pronto.

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  9. Eso, eso, que se repita. Aquí o allí, pero que se repita :)

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