sábado, 1 de diciembre de 2007

Berlín: la memoria de Europa

Este os lo debía. Ha pasado el tiempo, desde que estuve en Berlín allá por Mayo, y desde que me senté a escribir hace diez días. La sensación de desconexión, de irrealidad resonando en el tic-tac del segundero, es la misma que tenía cuando abrí los ojos en Berlín. Después de viajar toda la noche, a escasos diez días de haber llegado de Tokyo, mi primer pensamiento cuando bajé del autobus fue un asi que esto es Berlín, pues no es para tanto.

Me equivocaba. En aquellos momentos mis retinas aún estaban borrachas de neón y rascacielos, mis neuronas aún intentaban reconciliar la brutalidad descomunal de
Tokyo con el ritmo humano y sencillo de sus calles. En aquellos momentos desconocía que Tokyo es un grito que te retumba en las entrañas, pero Berlín es un susurro que te crispa el alma.

Tardé un par de mañanas en empezar a comprender. Poco a poco, descubriendo sus calles, plazas y monumentos empecé a distinguir los ecos. Detrás de cada muro, bajo el empedrado, a la vuelta de cada esquina empecé a percibir las sombras. Cuando me quiese dar cuenta, caminaban junto a mí, me hablaban, me contaban una historia, su historia, la historia de aquella cuidad, la historia de Europa, mi historia.

Berlín ha sido el ojo del huracán del siglo XX. En Berlín se ha entretejido el destino del mundo. Aunque en España estuviésiemos demasiado ocupados con nuestras repúblicas, nuestra guerra, nuestra postguerra y nuestra transición como para darnos cuenta del lugar de nuestra tesela en el mosaico, el resto de Europa aún tiene frescas las cicatrices. Dos Guerras Mundiales, una Guerra Fría, sensenta millones de cadáveres tiñendo de rojo el suelo de la Vieja Europa, sesenta millones de madres lavando con sus lágrimas el horror es algo que Europa no ha olvidado. Y Berlín, más que ningún otro sitio, se empeña en recordar, repetir, contar, gritar y volver a contar agarrándonos por la pechera y mirándonos a los ojos orgullosa, repitiéndonoslo hasta la saciedad para que jamás lo olvidemos, para que lo llevemos siempre con nosotras, para que no permitamos que vuelva a pasar.

Aún quedán en Berlín edificios con los agujeros de las balas y destrozos de las bombas, aún quedan solares desiertos en su centro bullicioso. A pesar de la caída de El Muro, cuya línea aún puede seguir uno a través del corazón de la ciudad, el contraste entre el este y el oeste siguen siendo obvios. Berlín es una lección de historia al aire libre; desde la Puerta de Brandenburgo hasta Alexander Platz, desde el Reichstag hasta al Checkpoint Charlie, desde cuartel general de la Luftwaffen hasta las ruinas de los sotanos del de la Gestapo, desde el descampado descuidado que hace las veces de aparcamiento bajo el que se esconden los restos del bunker de Hitler hasta el recóndito monumento a la resitencia, a lo largo y ancho de la cuidad los berlineses preservan, recuerdan y cuentan la historia prolongándola hasta el presente. No cuentan la historia a través de fechas y hechos asepticos, memoriales vacíos y monumentos de postín, la cuentan explicando sus consecuencias y sus implicaciones para cada uno de nosotros. La cuentan de modo que es imposible huir de ella, imposible sentarse a contemplarla como un espectador neutral, imposoble no ver tu participación en ella, la de tus padres y la de tus hijos.

Hay muchos lugares que merece la pena visitar en Berlín, todos ellos plagados de símbolos y significados, de memoria y respeto, pero hay tres que me resultaron más conmovedores e impactantes que el resto: el Memorial por los Judios Asesinados en Europa, el Memorial por la Quema de Libros del 10 de mayo de 1933 y el Memorial a los Muertos en la Guerra. Son tres lugares que apelan a la memoria, diseñados para explicar sin palabras, para hablar con sentimientos.

El Memorial por los Judíos Asesinados en Europa es horrible. Se encuentra en el centro de la ciudad, con la Puerta de Brandenburgo a un lado y el bunker en el que Hitler pasó sus últimos días al otro; en Berlín nada es casual. Es una explanada cubierta de cientos de bloques de hormigón gris, de aristas cortantes, con la forma y tamaño de tumbas, un desolado cementerio; pero es más de lo que parece. Cada uno de los bloques de hormigón es único; aunque compartan forma y color, cada uno tiene una altura distinta y yace en un ángulo apenas desviado de la vertical y diferente del de sus vecinos. Puedes contemplar el memorial desde fuera o puedes adentrarte en él caminando entre los bloques. A medida que avanzas el suelo comienza a ondulear y descender, los bloques empiezan a crecer y engullirte, desaparece el bullicio de la ciudad, las sombras del bosque de hormigón ocultan el sol y aunque sabes que hay cientos de personas deambulando por el memorial no los ves, no los oyes, estás sólo. Cruzas el laberinto y cuando vuelves al mundo en inevitable silencio, cuando vuelves a sentir el sol y miras atrás, al campo de bloques fríos cortantes y únicos, el memorial ya no te parece horrible, ahora es espeluznante.


El Memorial por la Quema de Libros del 10 de mayo de 1933, la Noche de la Vergüenza, pasa desapercibido en entre los majestuosos edificios de la Bebelplatz. No hay placas informativas ni indicaciones, no hay explicaniones ni pedestales. El memorial es un agujero en el suelo, un cuadrado de un metro de lado cubierto por un cristal a paño con el empedrado de la plaza. Puedes caminar por encima de él sin darte cuenta siquiera, pero si te detienes un instante y miras a través del crystal verás dos cosas: una habitación cuadrada con las cuatro paredes cubiertas de estanterias blancas, limpias, imaculadas y. . . Vacías. Lo segundo que verás será tu reflejo en el cristal, sin importar como mires, desde qué lado o dónde esté el sol, siempre te encontrarás con tu reflejo ocupando el lugar de los libros.

Del Memorial a los Muertos en la Guerra lo primero que llama la atención es eso, su nombre, en ningún sitio especifíca de qué guerra se trata. El edificio que lo alberga, la Neue Wache, se encuentra a tiro de piedra de la Bebelplatz, al otro lado de la Unter den Linden, la avenida que cruza el corazón imperial de Berlín. Construído en 1813 para alojar a la guardia personal de los príncipes prusianos, te recibe con su austeridad neoclásica y una placa pidiéndote que guardes respeto con tu silencio. El interior es una habitación cuadrada con paredes de piedra blanca y suelo de adoquín oscuro. Por un hueco circular en el techo entra el sol, la lluvia, la nieve o lo que los cielos tengan a bien dejar caer sobre la estatua que ocupa el centro de la habitación. Es una madre resignada abrazando el cadaver de su hijo, sujetando silenciosa su mano muerta. Bajo ella yacen los restos de un soldado alemán desconocido y de una víctima de los campos de concentración. En Berlín nada es casual.


P.S.- Gran parte de lo que aprendí en
Berlín, gran parte del impacto que me causó tengo que agradecérselo a los extraordinarios guías de las rutas a pie que uno puede hacer por la ciudad. La mayoría son estudiantes de historia que adoran Berlín y hacen un trabajo extraordinario compartiendo al pasión que sienten por ella, por su historia y las lecciones que enseña. Si vais a Berlín no dejéis de invertir unos euros en alguno de esos recorridos a pie por la cuidad, será uno de los mejores gastos que hagáis en vuestra vida.

11 comentarios:

  1. Me has dejado sin habla... No se podía haber descrito mejor lo que esta ciudad significa... Te atrapa... Incluso en el día a día. Ahora creo que hay alguien que puede entender la sensación que me embarga si paso en bicicleta de madrugada debajo de la puerta de Brandenburgo. No hay nadie más, sólo ella, testigo de tanta y tanta historia, y yo. El hecho de estar a solas con la puerta hace ver que cada ser humano es como un granito de arena, que por sí solo es insignificante pero que juntos formamos, en mayor o menor o incluso pequennísima medida, parte de la historia, mala y buena, que los monumentos ven a lo largo de siglos y siglos...
    Me alegro de que hayas disfrutado tanto esta ciudad y que hayas captado su "esencia" en tan sólo unos días.
    Espero que vuelvas :-)

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  2. Espeluznante, sí señor.
    Sobre todo el memorial por los judíos, con su laberinto macabro y el de la quema de los libros. para mí, uno de los episodios más vergonzosos de la historia universal.
    Es un detalle que me gusta de estos alemanes: se aseguran de que todo el mundo recuerde las cagadas que hacen para que no vuelvan a repetirse.

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  3. Y lo mejor de todo no es que recuerden, sino que además no pretenden esconder ni la crudeza ni el horror, lo muestran con una sensibilidad esquisita y se esfuerzan por comprender por qué ocurrió.

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  4. Sin palabras.................
    Eso es viajar.

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  5. que bonito es todo a traves de tus ojos, hasta la historia mas cruel es el cuento mas hermoso. Gracias!

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  6. Quién eres tú y que has hecho con la rata?

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  7. En dos palabras: Im-presionante.
    Un beso
    Keli

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  8. Sin palabras me dejan ustedes a mí últimamente...

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  9. Sí, la verdad es que Berlín es una pasada de ciudad. Creo que hasta que hay que reaprender a ver las ciudades para entenderla. Yo el primer día no lo conseguía ver, no encontraba un "centro" porque no lo hay, es una red...

    Gracias por tu cita en mi blog... repensaré mis ideas
    un abrazo

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