Creo que esta ciudad nunca va a dejar de sorprenderme. Acabo de llegar de hacer lo que estoy cogiendo por costumbre en tardes de domingo soleadas. A falta de agradable compañía femenina, me cogí un buen libro y me senté en una de las muchas terrazas que hay desperdigadas por las callejuelas entorno a mi casa. Entre sorbos a un enorme vaso de te bien caliente y miradas a la tranquila vida danesa que se paseaba frente a mi mesa, difruté como pocas veces del placer sentarme a leer.
Terminado el te, decidí que esta feliz tarde de domingo se merecía algo más que volver a casa. Así me encaminé hacia uno de los recovecos de Copenhague que no había pisado. Deambulé, disfrutando del aire fresco y de un sol al que ya le cuesta calentar, sobre los adoquiles gastados por siglos de caminantes que cubren patios, arcadas y pasajes del complejo de palacios y museos entorno a la Biblioteca Real. En estas andaba, buscando el mejor lugar para contemplar de cerca el contraste entre las dos secciones de aquel edificio: la original, de ladrillos rojos cubiertos de enredaderas verde oscuro, y la moderna, un decomunal trapezoide invertido de cristal negro que se inclina sobre el canal que divide en dos el centro de la ciudad. Unos gritos fuera de lugar y un acojedor olor a fuego de leña llamaron mi atención. Cual fue mi sorpresa, cuando al doblar una esquina, me encontré ante un arco adornado con coloridos pendones medievales. Una puerta al pasado que no dudé en cruzar. Supongo que era alguna reminiscencia de la Kulturnatten. Habían transformado aquel pequeño patio en un encantador mercado medieval. Así me encontré deambulando entre campesinos y pastores, comerciantes anunciando a voces sus mercancias de lugares extraños, panaderos y flecheros, juglares y hombres de armas compartiendo cerveza y mesa entre opulentas taverneras y músicos ambulantes. Y un poco más allá, tras cruzarme con alabarderos y nobles señores entre los puestos de los artesanos, llegué a un pequeño campo de justas. Las gradas y palco adornados con la colorida heráldica de la vieja Dinamarca ya vacíos y la arena mostrando las marcas del gran torneo.
Cuando os diga lo que había estado leyendo, entenderéis por qué no podía dejar de sonreir: A Clash of Kings (Choque de Reyes) de George R. R. Martin. Una novela llena de todo lo que estaba desfilando ante mis ojos en aquel momento. Mira tú que casualidad!
Que alegría volver a las tardes de dinamarca.
ResponderEliminarYo me voy a vivir a Suiza, finalmente. :)
Felicidades, colega!!!
ResponderEliminarYa nos contarás como son las tardes suizas :-) Y las mañanas... Y las noches... Con títulos o sin ellos, eso me da igual.
Cualquier día de éstos escribiré yo también un post bien parecido a éste contando un domingo así o mejor, ya lo verás.
ResponderEliminarGracias por decirme lo de la luz, yo también lo sé, pero no está de más que me lo recuerden.