Viene siendo habitual estos días que uno se ve enzarzado en discusiones políticas de toda índole y calibre, ya sea por causa de las últimas declaraciones del primer ministro de turno, la publicación de otra ley infame o algún comentario casual en una conversación. Lo cual me place, mucho. Hace apenas unos meses era casi imposible escuchar en la calle reflexiones políticas más allá del "son todos unos chorizos" o un "yo de política paso". Al menos, todas las mierdas que los nos están haciendo tragar estos días están sirviendo para despertarnos la conciencia y la responsabilidad política. Cuando más conversamos, leemos y pensamos, más ideas y opiniones surgen en la sociedad. Esa disparidad de opiniones enriquece del debate y mejora nuestro entendimiento de la situación.
Estos días, al menos en mi entorno, hay una situación que está levantando más ampollas que ninguna otra: la naturaleza violenta de los saqueos y disturbios en Londres y el resto del Reino Unido. Sin entrar, de momento, en matices y para dejarlo claro de entrada: aplaudo, apoyo y me alegro del caos que se está adueñando del Reino Unido.
¿Por qué?
Hace unos días escribí sobre la propiedad intelectual y como ésta era una extensión forzada y falaz de un timo aún mayor: la propiedad privada. La cultura y los sistemas políticos, económicos y legislativos occidentales, han dado a la propiedad privada el estatus de derecho fundamental. Las cartas magnas la citan junto al derecho a la vida, a la vivienda digna o el derecho de libre reunión, asociación y circulación. Un engaño sutil el que realizaron los redactores de las constituciones. Por mucho nos parezca lo contrario, el derecho a la propiedad privada tiene una naturaleza diferente a la de cualquier otro derecho humano y civil en cuya compañía suele vérsela. Démonos cuenta que, ejerciendo cualquiera de nuestros derechos fundamentales, por ejemplo, el derecho a la vida o a asociarnos con quien nos le plazca, no se limitan en modo alguno los derechos de ninguna otra persona; pero el derecho a la propiedad privada es exactamente eso: el derecho a limitar los derechos de otras personas, porque desde el momento en que uno aplica su derecho de posesión sobre algo, un objeto, un recurso natural o una idea, aniquila el derecho de cualquier otra persona a poseer dicho elemento. Así pues, por mucho que se empeñen, el derecho a la propiedad privada no es ni fundamental ni en modo alguno equiparable a los derechos fundamentales del ser humano.
El objetivo primordial detrás de la institución de la propiedad privada no es garantizarnos el derecho a poseer y disfrutar de nuestros bienes de uso y consumo diario: casas, coches, alimentos, libros, ordenadores y demás. Eso ya estaba garantizado por el sentido común mucho antes de que a nadie se le ocurriese el concepto legal de propiedad privada. La propiedad privada se creó para legitimar la apropiación indebida, el robo y la expropiación, por parte de los sectores pudientes y poderosos de la sociedad, de los recursos naturales y comunitarios. Así, la propiedad privada legitima sobre el papel a cualquier ricachón a llegar a un estado y comprarse para su uso, explotación y beneficio particular esa montaña plagada de vetas de carbón, ese manantial, aquel pozo de petróleo, cientos de hectáreas de bosque o una parte del espectro electromagnético para uso exclusivo de su compañía telefónica. La propiedad privada es el recurso legal orquestado para privar a la humanidad de los recursos naturales que por derecho y sentido común debieran estar bajo gestión pública para el disfrute y beneficio de las comunidades, no en manos de unos pocos que se han apropiado de ellos abusando del engaño, la extorsión y la violencia a lo largo de las décadas.
Para nuestra desgracia, el timo no termina aquí. Una vez que alguien posee tal cantidad ingente de recursos naturales, muchos más de los necesarios para su supervivencia digna o incluso holgada, requiere mano de obra para explotarlos y transformarlos en bienes de consumo. La privatización salvaje de los recursos y el entorno natural, priva a las personas del acceso a los bienes necesarios para su supervivencia, viéndonos obligados a vender lo único que nos queda a nuestra disposición: nuestro tiempo de vida. La ciudadanía se ve obligada a trabajar en cualquiera de los diversos eslabones de la cadena que va de la explotación de recursos hasta la producción de bienes. Además, en el cambio de tiempo por bienes, o su equivalente abstracto, dinero, el trabajador siempre sale perdiendo, porque los salarios están desligados del valor real del producto elaborado, ya sea un tornillo, una página web o un artículo de opinión, y del beneficio obtenido por los individuos en lo alto de la pirámide es desproporcionado en relación a los salarios. Y el timo continúa, porque después de vender nuestro tiempo a cambio de un salario ridículo para elaborar los recursos naturales que nos pertenecen por derecho, no nos queda más remedio que gastarnos esos salarios en comprar los mismos productos que hemos producido, por no hablar de los impuestos gastados en financiar las aventuras ruinosas de los banqueros. Así, los recursos, nuestro tiempo y el dinero, en definitiva: todo, termina siempre en manos de la minoría pudiente que se ha adueñado del planeta ondeando la bandera del engaño y la estafa global, la bandera del derecho a la propiedad privada, bajo cuya sombra desfilan ejércitos de abogados, soldados y policías dispuestos a defender e imponer por cualquier medio la letra de un fraude global convertido en religión.
Dicho esto, me parece legítimo y razonable que los londinenses saqueen tiendas, supermercados y grandes superficies para recuperar de los bienes y recursos que les pertenecen y que siglos de explotación obrera, capitalismo rampante y privatización salvaje les han robado. Y, ahora sí, podemos entrar en matices. No pretendo justificar el vandalismo descerebrado y las humillaciones sin sentido que los medios de comunicación mayoritarios se empeñan en enfatizar como la única cara de las revueltas en el Reino Unido; pero seria de ilusos esperar que las personas de dudoso calado moral y escasa educación fruto de la miserable vida en los suburbios británicos se comporten ahora, en medio de los disturbios y cargas policiales, como los angelitos de la caridad que nunca fueron. Sería estúpido dar como única explicación a las revuelta "la sed de violencia de la chusma ociosa y sanguinaria". Sería como decir que Hitler ganó las elecciones en el 33 porque los alemanes eran psicópatas ciegos de maldad. Tenemos que mirar más allá y darnos cuenta de que una sociedad no elige el camino de la violencia y el saqueo porque sí, darnos cuenta, por ejemplo, que hoy en día el porcentaje de la población británica que vive bajo el umbral de pobreza es el doble que en el siglo XIX.
Me comentaba hace unas horas un conocido, que sí, que todo eso le parecía muy bonito; pero que al final las víctimas eran los pequeños empresarios y comerciantes que veían sus negocios, el trabajo de una vida, arruinados. Y no le falta parte de razón; pero en el fondo es todo una cuestión de elecciones. Un servidor lo siente mucho por los pequeños empresarios y, al mismo tiempo, no puede dejar de preguntarse si esos comerciantes lo sienten también por los niños chinos que trabajan doce horas al día en condiciones miserables fabricando el calzado que ellos venden. Esos comerciantes podían haber elegido distribuir productos procedentes de las cadenas de comercio justo; pero eligieron vender Nike y Adidas. Lo que no se puede pretender es subirse al carro de los "ganadores", al de los ladrones y los opresores y llorar cuando la población se percata del timo y viene a pedirte cuentas. Nadie es inocente. Con nuestras decisiones cotidianas, todos somos responsables de que la maquinaria avance en la dirección en que lo hace, de crisis en crisis y de mal en peor. Todos somos responsable de buscar y analizar la información a nuestro alcance, de sacar conclusiones y de pedir cuentas a quienes dicen decidir por nosotros y nuestro bien. Y soy muy consciente de que, obligados a vender la mayor parte de nuestras vidas al mejor postor, apenas nos queda tiempo para pensar, leer, echar la siesta y hacer el amor; pero no me dan pena alguna quienes, satisfechos, acatan la situación como el mejor y más natural de los mundos posibles. Porque creo que un mundo en guerra permanente en aras de la paz, donde a la esclavitud se la llama libertad y en el que la ignorancia es una posición de fuerza, este mundo, está mucho más cerca del peor que del mejor de los mundos posibles.
Imágenes: Adivina de quién. . .
Estos días, al menos en mi entorno, hay una situación que está levantando más ampollas que ninguna otra: la naturaleza violenta de los saqueos y disturbios en Londres y el resto del Reino Unido. Sin entrar, de momento, en matices y para dejarlo claro de entrada: aplaudo, apoyo y me alegro del caos que se está adueñando del Reino Unido.
¿Por qué?
Hace unos días escribí sobre la propiedad intelectual y como ésta era una extensión forzada y falaz de un timo aún mayor: la propiedad privada. La cultura y los sistemas políticos, económicos y legislativos occidentales, han dado a la propiedad privada el estatus de derecho fundamental. Las cartas magnas la citan junto al derecho a la vida, a la vivienda digna o el derecho de libre reunión, asociación y circulación. Un engaño sutil el que realizaron los redactores de las constituciones. Por mucho nos parezca lo contrario, el derecho a la propiedad privada tiene una naturaleza diferente a la de cualquier otro derecho humano y civil en cuya compañía suele vérsela. Démonos cuenta que, ejerciendo cualquiera de nuestros derechos fundamentales, por ejemplo, el derecho a la vida o a asociarnos con quien nos le plazca, no se limitan en modo alguno los derechos de ninguna otra persona; pero el derecho a la propiedad privada es exactamente eso: el derecho a limitar los derechos de otras personas, porque desde el momento en que uno aplica su derecho de posesión sobre algo, un objeto, un recurso natural o una idea, aniquila el derecho de cualquier otra persona a poseer dicho elemento. Así pues, por mucho que se empeñen, el derecho a la propiedad privada no es ni fundamental ni en modo alguno equiparable a los derechos fundamentales del ser humano.
El objetivo primordial detrás de la institución de la propiedad privada no es garantizarnos el derecho a poseer y disfrutar de nuestros bienes de uso y consumo diario: casas, coches, alimentos, libros, ordenadores y demás. Eso ya estaba garantizado por el sentido común mucho antes de que a nadie se le ocurriese el concepto legal de propiedad privada. La propiedad privada se creó para legitimar la apropiación indebida, el robo y la expropiación, por parte de los sectores pudientes y poderosos de la sociedad, de los recursos naturales y comunitarios. Así, la propiedad privada legitima sobre el papel a cualquier ricachón a llegar a un estado y comprarse para su uso, explotación y beneficio particular esa montaña plagada de vetas de carbón, ese manantial, aquel pozo de petróleo, cientos de hectáreas de bosque o una parte del espectro electromagnético para uso exclusivo de su compañía telefónica. La propiedad privada es el recurso legal orquestado para privar a la humanidad de los recursos naturales que por derecho y sentido común debieran estar bajo gestión pública para el disfrute y beneficio de las comunidades, no en manos de unos pocos que se han apropiado de ellos abusando del engaño, la extorsión y la violencia a lo largo de las décadas.
Para nuestra desgracia, el timo no termina aquí. Una vez que alguien posee tal cantidad ingente de recursos naturales, muchos más de los necesarios para su supervivencia digna o incluso holgada, requiere mano de obra para explotarlos y transformarlos en bienes de consumo. La privatización salvaje de los recursos y el entorno natural, priva a las personas del acceso a los bienes necesarios para su supervivencia, viéndonos obligados a vender lo único que nos queda a nuestra disposición: nuestro tiempo de vida. La ciudadanía se ve obligada a trabajar en cualquiera de los diversos eslabones de la cadena que va de la explotación de recursos hasta la producción de bienes. Además, en el cambio de tiempo por bienes, o su equivalente abstracto, dinero, el trabajador siempre sale perdiendo, porque los salarios están desligados del valor real del producto elaborado, ya sea un tornillo, una página web o un artículo de opinión, y del beneficio obtenido por los individuos en lo alto de la pirámide es desproporcionado en relación a los salarios. Y el timo continúa, porque después de vender nuestro tiempo a cambio de un salario ridículo para elaborar los recursos naturales que nos pertenecen por derecho, no nos queda más remedio que gastarnos esos salarios en comprar los mismos productos que hemos producido, por no hablar de los impuestos gastados en financiar las aventuras ruinosas de los banqueros. Así, los recursos, nuestro tiempo y el dinero, en definitiva: todo, termina siempre en manos de la minoría pudiente que se ha adueñado del planeta ondeando la bandera del engaño y la estafa global, la bandera del derecho a la propiedad privada, bajo cuya sombra desfilan ejércitos de abogados, soldados y policías dispuestos a defender e imponer por cualquier medio la letra de un fraude global convertido en religión.
Dicho esto, me parece legítimo y razonable que los londinenses saqueen tiendas, supermercados y grandes superficies para recuperar de los bienes y recursos que les pertenecen y que siglos de explotación obrera, capitalismo rampante y privatización salvaje les han robado. Y, ahora sí, podemos entrar en matices. No pretendo justificar el vandalismo descerebrado y las humillaciones sin sentido que los medios de comunicación mayoritarios se empeñan en enfatizar como la única cara de las revueltas en el Reino Unido; pero seria de ilusos esperar que las personas de dudoso calado moral y escasa educación fruto de la miserable vida en los suburbios británicos se comporten ahora, en medio de los disturbios y cargas policiales, como los angelitos de la caridad que nunca fueron. Sería estúpido dar como única explicación a las revuelta "la sed de violencia de la chusma ociosa y sanguinaria". Sería como decir que Hitler ganó las elecciones en el 33 porque los alemanes eran psicópatas ciegos de maldad. Tenemos que mirar más allá y darnos cuenta de que una sociedad no elige el camino de la violencia y el saqueo porque sí, darnos cuenta, por ejemplo, que hoy en día el porcentaje de la población británica que vive bajo el umbral de pobreza es el doble que en el siglo XIX.
Me comentaba hace unas horas un conocido, que sí, que todo eso le parecía muy bonito; pero que al final las víctimas eran los pequeños empresarios y comerciantes que veían sus negocios, el trabajo de una vida, arruinados. Y no le falta parte de razón; pero en el fondo es todo una cuestión de elecciones. Un servidor lo siente mucho por los pequeños empresarios y, al mismo tiempo, no puede dejar de preguntarse si esos comerciantes lo sienten también por los niños chinos que trabajan doce horas al día en condiciones miserables fabricando el calzado que ellos venden. Esos comerciantes podían haber elegido distribuir productos procedentes de las cadenas de comercio justo; pero eligieron vender Nike y Adidas. Lo que no se puede pretender es subirse al carro de los "ganadores", al de los ladrones y los opresores y llorar cuando la población se percata del timo y viene a pedirte cuentas. Nadie es inocente. Con nuestras decisiones cotidianas, todos somos responsables de que la maquinaria avance en la dirección en que lo hace, de crisis en crisis y de mal en peor. Todos somos responsable de buscar y analizar la información a nuestro alcance, de sacar conclusiones y de pedir cuentas a quienes dicen decidir por nosotros y nuestro bien. Y soy muy consciente de que, obligados a vender la mayor parte de nuestras vidas al mejor postor, apenas nos queda tiempo para pensar, leer, echar la siesta y hacer el amor; pero no me dan pena alguna quienes, satisfechos, acatan la situación como el mejor y más natural de los mundos posibles. Porque creo que un mundo en guerra permanente en aras de la paz, donde a la esclavitud se la llama libertad y en el que la ignorancia es una posición de fuerza, este mundo, está mucho más cerca del peor que del mejor de los mundos posibles.
Imágenes: Adivina de quién. . .
Y lo peor de todo es que tienes razón....
ResponderEliminar(pa que t´enseñariamos a pensar, joe!!)
Eche o que ai. . . ;)
ResponderEliminarTengo que pedirle de vuelta a Curro "Poder Constituyente" de Negri, porque creo que te puede interesar un montón, y total él sólo lo tiene acumulando polvo!! :).
ResponderEliminarBasicamente estoy de acuerdo contigo, aunque si tengo sentimientos encontrados con otras consecuencias como la quema de viviendas!! Y tampoco seas tan duro y no olvides, que no siempre la gente puede elegir libremente lo que vender!!
Lo que menos me gusta de todo lo que está pasando, desde el punto de vista del moviemiento es que no hay ningún tipo de discurso político!!
Sí, como ya he dicho, muchos de los actos vandálicos son eso, actos vandálicos con trasfondo político cero. En cuanto al discurso, creo que, más no haberlo, no nos llega. En parte, supongo, porque el movimiento británico no parece tener detrás ninguna infraestructura organizativa e informativa como, por ejemplo, la del 15-M, lo cual creo que le daría mucho más empaque, legitimidad y mejor prensa.
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