domingo, 7 de agosto de 2011

Tres clases de perros

Más de trescientas cincuenta personas en una calle de los suburbios de Copenhague. En frente, más de tres docenas de antidisturbios [Perro Clase 1]. No pasa nada. Nosotros seguimos con nuestra fiesta, aplaudiendo los discursos de miembros de varios grupos antifascista llegados de varios rincones de Dinamarca y Suecia y bailando con música que sale del camión-escenario que nos acompaña. Se trata de hacer más ruido y de dejar claro que somos más y con mejores razones que los que se esconden en la casa a la que nos impiden acercarnos. Es la casa de uno de los líderes neonazis [Perro Clase 2] daneses y una banda alemana ha venido a dar un concierto, en su país es ilegal, para reclutar miembros.

Se para la música y unos segundos después estallamos en aplausos y gritos de victoria. Por megafonía acaban de anunciar que al concierto sólo han acudido once neonazis, incluida la banda. Hemos ganado: somos más y tenemos más razón. Un par de canciones más y empezamos a caminar de vuelta a la estación. Todo el mundo, menos los fachas, supongo, está contento. Nosotros hemos hecho nuestra demostración de fuerza e intenciones. La policía ha conseguido mantener el perímetro de seguridad sin altercados. Las cuadrillas black-block han conseguido infiltrase hasta las cercanías de la casa para contarnos lo que esta pasando y, de paso, les explicaron sin palabras alguna que otra cosa a tres skin-heads que pillaron desprevenidos en la playa. Aquí cada uno viene a lo que viene y todo el mundo se iba contento, o caliente.

De vuelta en el aparcamiento de la estación coreamos algunas consignas más mientras el grupo se va dispersando. Algunos se van en coche, otros andando, otros vamos camino al tren. Oímos un ligero frenazo arriba en la rotonda. Mucho movimiento en el grupo de antidisturbios que nos seguía. Están sacando a una chica de un coche. Entre tres maderos la tiran al suelo. Nadie sabe qué está pasando. Cinco personas trepan el terraplén para hablar con los policías que están arrestando a la joven. Veinte o treinta más nos acercamos a paso vivo estirando el cuello, dispuestos a correr a ayudar a la chica o en dirección contraria, según lo razonable y necesario. Se oyen las sirenas de más furgones acercándose. Dos policías saltan el guardarraíl, con los pastores alemanes [Perro Clase 3] atados en cortos y tolete en mano, van al encuentro de las que suben por el talud.

Oímos ladridos. Un hijo de la grandísima puta ha soltado su perro. El otro le ha largado unos diez metro de correra al suyo. Nos quedamos congelados unos instantes, sobre todo quienes subían por el talud. ¡Han soltado a los perros! De buenas a primeras, nos están echando a los perros. ¡Hijos de la gran puta! Una docena de antidisturbios salta el guardarraíl y carga tras los perros. Ahora toca poner distancia de por medio. Veinte metros bastan para reagruparnos. A un chaval le ha jodido la pierna un perro. Mientras una manada de policías tratan de quitarle al animal de encima, empiezan a volar botellas, bengalas y petardos. Bajan más antidisturbios. Están arrestando a otro chaval. Tras otra andanada de petardos y botellas, un grupo de los nuestros se acerca a la carrera, pillan por sorpresa a los maderos y consiguen liberal al compañero. Los antidisturbios se reagrupan. Sabemos lo que viene, no van a dejar que nos envalentonemos. Segunda carga y segunda carrera. Aquel puto aparcamiento es el lugar equivocado para plantar cara. Nada con que hacer una barricada, ningún callejón por el que huir. La rampa de acceso a la estación no parece mejor: una ratonera con un muro de cristal al final; pero al menos sólo pueden venirnos por un sitio. Y lo hacen, vuelven a cargar rampa arriba.

La situación se estanca tras varias oleadas, nosotros rampa abajo y ellos rampa arriba. Hemos bloqueado la entrada con unos carritos de supermercado y, desde lo alto tenemos ventaja lanzando cosas, aunque estemos medio encerrados. La situación no tiene puto sentido. Los ánimos se calman. Empieza a llegarnos información del porqué de todo aquello. La joven arrestada, cuando salía del aparcamiento, tuvo la mala suerte de dar con su coche a una de las motos de la madera, que se le cruzó delante sin motivo. Accidente ridículo y sin daños; pero suficiente para ganarse un arresto sin culpa, que a un chaval le joda la pierna un pastor alemán y que al resto no agüen la fiesta.

No te engañes, la policía no es tu amiga. La policía va a permitir que capullos neonazis organicen conciertos y marchas para hacer apología del racismo, la violencia y el genocidio. Al resto nos echan los perros con la escusa de un accidente provocado por ellos.


Imágenes: gracias a mi iPhone e Instagram. Una pena que no sean tan útiles medio de las carreras como la Nikon que ayer me dejé en casa.

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