Aquí estamos de nuevo. Ya sé que prometí escribir ayer algo; pero la red iba tan lenta, por motivos que desconozco, que me fue imposible.
El fin de semana ha pasado mejor de lo que esperaba. La última vez que vine me hice un grupito de colegas que me ayudan unmontón a amenizar las horas. Además he empezado a conocer nativos fuera del trabajo, gracias a estos amiguetes y a que por aquí hay un par de bares donde paramos muchos extranjeros y los daneses que van suelen ser un poco más abiertos y sociables que el resto. Si se les da un poco de cancha la verdad es que son una gente estupenda.
La anécdota del fin de semana la puso el clima. Resulta que el sábado hizo sol. Y, creedme, eso aquí no es una cosa trivial. Empecé a olerme algo raro cuando el viernes todos me recordaban al despedirse que el parte del tiempo decía que, por fin, el sábado llegaba la primavera. Y es que por aquí los árboles aún están pelados y no hay una triste margarita en los prados. Estaban todos ansiosos y felices. Supongo que la primavera que viene podré entenderlos un poco mejor, porque os recuerdo que cuando me vine a finales de marzo todavía nevaba! Pues eso, el sábado hizo sol. La ciudad se llenó de gente, paseando, tirados por los parques, tomando el sol apollados en las paredes... Eran felices. Pero no os confundáis, hizo sol, pero no más de doce grados. Joder, hasta a mí me daba frío verlos en camiseta con el airecillo que soplaba. Casi me daba vergüenza ir con la chaqueta abrochada hasta arriba; pero, ande yo caliente...
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