Temprano, no por el reloj, sino por haber dormido cinco horas. Sopla viento del sur, frío de centro-Europa, no cálido del Sahara. A la espalda, el sol alto sobre las dunas. El mar brillante al frente. En medio, nosotros y una playa que se extiende vacía hasta los horizontes norte y sur. Había que hacerlo. Uno no conduce seis horas hasta la punta norte de Jutlandia, donde se juntan el Mar del Norte y el Báltico, para quedarse mirando.
Nunca me he bañado en aguas tan frías, ni siquiera en aquellos arroyos de los Picos de Europa. Aquel chapuzón, corto, por motivos obvios, fue el epicentro del viaje. Un terremoto de tres días en el que nos dimos una cura, no de sueño, que escaseó, sino de risa y risa y risa. Para llegar hasta allí el destino nos puso alguna trampa, tal vez para probar nuestra voluntad y amistad, tal vez sólo por casualidad; pero una vez en marcha, todo fue rodado.
Empezando por la cena en casa de los padres de La Rubia. Gracias a ser el conductor de la expedición, me libré de emborracharme con las reservas de aguardiente danés, más conocido como snaps, de los anfitriones. Los otros seis no tubieron tanta suerte. A golpe de campanilla, entre bocado y bocado de arenques marinados, salsas, tarteletas de gambas, cordero ahumado y pan casero, iban vaciándose las botellas y aligerándose los espíritus. Fue una cena memorable donde se habló un poco de todo y de todos. Gracias Al Maestro, escuchamos música tan casera y deliciosa como la comida. Y al final, casi a las dos de la mañana, se nos hizo difícil irnos, difícil como irte de tu propia casa.
Más al norte nos aguardaba otro hogar. La casa de verano que tomamos prestada a un escritor. Una cabaña de madera en lo alto de una duna cubierta de hierbas ásperas. En medio del viento y la nada. A escasos cincuenta metros del mar susurrante día y noche. Y todo fue perfecto, sin más. No hay mejor palabra. Perfecto. La luna llena y los cielos estrellados. El sol brillante desde los amaneceres sobre las dunas, hasta las cálidas puestas de sol sobre el mar inmenso. Allí nos olvidamos del mundo durante tres días. Desde allí fuimos a ver dos mares chocar, descalzos sobre una barra de arena entre dos mundos. Luego nos acercamos a comer gambas y calamares en el puerto de Skagen. Volvimos para cocinarnos otra velada inolvidable.
Ya casi no me acordaba de lo bien que sienta olvidarse del reloj por unos días y perderse con buenos amigos en medio de la nada, donde puedes gritar, correr, soñar y reír hasta que duela.
Imágen: De momento, hasta que tenga las nuestras, voy a poneros una que he robado de aquí.
Pues hacemos un trato:
ResponderEliminarTu me llevas a Skagen y yo a Vesterolen y Lofoten, a ver si bates el record de tu frescura de baño. No se si estará más fría porque no me he bañado en Skagen pero a mi se me metió el pitilín pa dentro.
Pero como dices tú: era imposible no bañarse allí!!Con el agua más verde que he visto en mi vida (a ver que tal los roques en el Caribe venezolano) y con montañas de casi mil metros nevadas al lado.
Esa misma luna llena y esas mismas estrellas estuve yo observando desde una hamaca en una playa pacífica. También fue perfecto.
ResponderEliminarTrato hecho, nenita :) Pero a ver si primero me puedo pasar por el carive ese. . . A ver, a ver. . .
ResponderEliminarSi al final me vas a acabar dando envidia, Banyú ;)