Me ha puesto pegamento. Os lo juro. Pegamento. Aún estoy sorprendido. Una de esas ideas ridículas que uno tiene de niño hecha realidad. "No merece la pena poner puntos," me dice el médico. "Vamos a poner pegamento." Todo serio, sin pestañear. Un servidor alucinando; una idea tan ridícula sólo podía ser cierta.En treinta segundos, todo arreglado, como nuevo. Hala, pa'casa, chaval. Así de fácil solucionó el médico de turno en emergencias el piercing involuntario, y poco profesional, que me hice el martes entrenando. Fue un accidente. Un accidente en todos los sentidos, ni por entrenar a lo bestia, ni porque un servidor o su compañero cometiesen un error. Un accidente, sin más. Un codazo en todos los morros que hizo que uno mis incisivos superiores atravesase de dentro a fuera mi labio inferior. Un bonito corte de un centímetro y de todo me nos limpio. Ha sido el mayor hostión que me he llevado en veinticuatro años de entrenamiento. Una estadística más que aceptable. . .
Papá, mamá, tranquilos. Estoy bien. Por dentro, aunque tenga un aspecto un tanto desagradable, está cicatrizando a una velocidad insopechada, sin apenas inflamación, ni dolor, ni gaitas. Por fuera. . . ¡Por fuera me han puesto pegamento!!! Y, a parte de unos cuantos pelos de la barba apegotonados, no se nota nada.
Ahora toca disfrutar del inesperado fin de semana. Se suponía que me lo iba a pasar enterito en MaxLab, un sincrotrón que hay en Lund, Suecia, a poco más de una hora de tren cruzando el puente de Oresund. Pero tuvieron un beamstop a media semana y el monocromador se ha ido al carajo. A estás horas no hay noticias de que lo hayan arreglado, y durante el fin de semana no lo van a hacer; así que al menos hasta el martes no nos va a tocar volver. Y me temo que el fin de semana que viene no me libra nadie.





