Me levanto a las diez y media. Fresco como una rosa a pesar de haber dormido cuatro horas. Por alguna historia rara del mantenimiento del edificio del departamento hoy no podemos ir a trabajar. Qué pena.
Desayuno. Calma y tranquilidad. Llovizna. Hace frío. Un precioso día de otoño. Precioso para sentarme en mi sillón de leer con un buen libro. Ahora lo tengo aquí, a mi lado. Le quedan unas cuarenta páginas, que dudo que pasen de esta noche. Es una tragedia de proporciones épicas. Otro ejemplo de lo que dicen al principio de Braveheart:
La historia la escriben los que matan a los héroes.
Inmerso en las páginas, dejando fluir el tiempo con el corazón en un puño. Y llaman al timbre. Sin preguntar, le doy al botón de abrir el portal y vuelvo al libro. Y llaman a la puerta. ¿Cómo? ¿A estas horas? ¿Quién? ¿Por qué? Abro la puerta. Me enamoro. Allí está, con la ropa de trabajo menos sexy del mundo, ni falta que le hace, su sonrisa y los ojazos azules, la caja de herramientas y diciéndome no sé que los radiadores y los contadores. Sí, sí, pasa y comprueba lo que quieras, cariño. Si esto fuese una película o una de mis fantasías sexuales, ella se lastimaría o necesitaría mi caballerosa ayuda por cualquier gilipollez y terminaríamos al menos con un nombre y un número más en la agenda. Pero la niña es tan asquerosamente eficiente como bonita. Y un servidor está allí, incómodo en su propia casa, sin saber si mirarla más o ignorarla por completo. Tampoco es bueno para el ego necesario en caso de querer hacer una gilipollez saber que llevas puesto el pantalón roñoso de andar por casa, la camiseta con los lamparones de cocinar la cena, entre otros, los pelos según me los recogí al salir de la cama y el sudor de las horas de juerga de ayer envolviéndome en un aura de carisma y poder sobrenaturales.
Ya sé lo que sentiis vosotras cuando él, y no un él cualquiera, sino Él, por fin os hace esa proposición indecente que por nada del mundo querríais rechazar y resulta que, oh, divina casualidad, vuestra femininidad está en todo su apogeo. Por suerte lo mío tiene más fácil solución: a partir de ahora me ducho según me levante; por si las rubias.
¿Ya está? Sí. Me da el recibo, qué rica. Sonríe y se las pira. Hala, que tengas un buen día, cosa guapa. Mecagüen. . .
Y vuelvo a mí sillón de leer y al libro. Relajado. A él no le importa que huela mal y, además, tengo el conocimiento inefable de que el momento estelar del día ya ha pasado. Puedo estar tranquilo y despreocuparme hasta mañana. Ya me he deshecho de la oportunidad de hoy con una elegancia y temple asumbrosos.
En algún momento indeterminado entre entonces y ahora, mi estómago se pone pesado. Por suerte para él, tengo que ir a recoger la ropa a la lavandería y de camino hay un turco que hace unos durum de pollo wonderfulosos.
Satisfecha una de las necesidades básicas, es hora de ver lo que ocurre por el mundo. Un par de horas por el ciberespacio sobra para ponerse al día. Luego tenía pensado continuar con el relato que tengo a medias; pero me da pereza y vuelvo al libro. Cuando me doy cuenta ha anochecido. Es la hora sagrada. Hora de ir a entrenar.
El dolor es temporal. El orgullo es para siempre.
Me encanta entrenar con esta banda. Todos los días me empujan hacia algún límite. Y eso es de todo menos fácil después de veinticuatro años empeñándome en ponerlos un poco más allá. Me encanta. Vuelvo a casa con una sonrisa tonta. Camino despacio. Cansado. Relajado. Lleno de energía. Con la cabeza despejada. Con ese dolor en los brazos, las piernas, los hombros, el abdomen, el pecho y los dorsales, que mañana será el mejor recordatorio de que sigo vivo y luchando.
El dolor es temporal. El orgullo es para siempre.
Y después de la cenita acompañana por un par de capítulos de alguna de esas series frikis japonesas que me gustan, he decidido que antes de contaros algo más trascental sobre mí, tenía que compartir con vosotros un día como hoy. Tal vez así, todo termine teniendo un poco más de sentido.
Ahora, con vuestro permiso, y sin él también, para qué os voy a engañar, voy a terminarme el libro.
Imágen: encontrada en http://riowang.blogspot.com
Certifico lo de los durums de pollo de los que habla Ivan. Estan muy ricos en ese sitio de Vesterbrogade.
ResponderEliminarY bueno, hoy no te has perdido nada especial. Me tome unas cervezas con mi amigo Roman, argentino, pero el hombres lleva tres dias sin dormir por no se que historias y me ha dejado solo en el Bang and Jensen. Me he puesto a leer unas revistas de musica que habia alli y cuando me he dado cuenta la proporcion tias-tios era de 9 a 1, o sea, yo era el unico maromo alli practicamente.
Sin embargo, he preferido guardar mis balas para otra ocasion. Me faltaba un ala, pues estas rubias iban todas en parejitas de a dos.
Y tenemos que coordinar esto de los entrenamientos, porque tu vas hoy y yo fui ayer y mañana, y asi no hay manera de salir de juerga, hombre!!!
Under P.
Cuántas veces me he lamentado por situaciones parecidas. Se te queda una cara de idiota mirándote al espejo.
ResponderEliminarTenías que haber tirado la caña, Under, a lo mejor te llevabas dos por el precio de una ;)
ResponderEliminarBanyú, creo que la cara de idiota ya la tenía según abrí la puerta. Y creo que esta mañana aún seguía ahí. . .
JAJAJAJA, por si las rubias!!!!!
ResponderEliminarMe parto, te lo juro que me parto...
Ves, si al final, con esta chispa que tengo, tenía que haberle dicho algo ;)
ResponderEliminarVaya, algo parecido a tu experiencia con la danesa me pasó a mí. Ese día me quedé en casa pasando resultados. En el labo hacían no sé qué de la limpieza cada 6 meses y no me dejaban trabajar. Total, que ahí estaba yo, día de lluvia, perreando, haciéndome las últimas lentejas de la temporada y de repente alguien llama a la puerta. Abro y me veo a dos tíos que dicen no sé qué. Pensando que es un servicio técnico de algo, les digo que aquí no es, pero ellos, que no entienden de nos, entran y se van flechados al radiador y miran el aparatito. Qué situación más extraña. Y yo allí, no en bragas, pero casi. Y no sabía donde meterme, literal, mi zulo no daba para tanta gente.
ResponderEliminarFue mejor cuando vino el servicio técnico de mi compañía de internet. Qué efectividad, que buen hacer. Y qué guapo el jovencito :-D
Que digo yo, hacías algo de artes marciales según he leído en algún sitio...pero qué exactamente? Y entrenas eso en CPH?? Qué bien, eso es lo mejor. Echo de menos tener gente con la que ir a mover el culo. Se hace más llevadero y los efectos beneficiosos del deporte se multiplican por mil.
Ah!! Y qué más dá que fueras con tus pantalones roñosos de estar por casa y tu camiseta de lamparones. To'l mundo va así en casa, además, quién sabe, a lo mejor le gustaste así :-P
Je. . . Pues si le gusté disumuló dpm. . . Y eso no se les suele dar bien a las danesas :p
ResponderEliminarY sí, artes marciales; y sí en CPH, a dos minutos de casa :) Así que cuando te vengas, ya sabes.
Je,je, bueno, yo es que de artes marciales poquito, la verdad :-D
ResponderEliminarY no saben disimular los daneses??? Ahora entiendo muchas cosas :-P
Tranquila, pelearse y follar son las dos únicas actividades físicas que incluyen un cierto grado de interacción social y el ser humano es capaz de realizar de forma instintiva.
ResponderEliminarCorrección: mi apreciación sobre la capacidad de disimulo se refería a las danesas. Carezco de datos suficentes para extender la apreciación a ambos sexos :p
Ah, vale, perfecto, porque si tengo que hacer algo basándome en mis habilidades no instintivas, entonces mal lo llevo :-D Aunque ahora que lo pienso, me enseñaron un par de técnicas de defensa personal y las olvidé casi al instante. Además, si la persona de la que me tengo que defender mide casi dos metros y es un armario empotrado, ni siquiera voy a tener opción de "practicar".
ResponderEliminarVaya, entonces no has hecho el estudio comparativo danesas-daneses...quién sabe, como allí van al revés de lo que estamos acostumbrados por aquí...
Ala, a cuidarse y que tengas buena semana.
¿Dos metros? Fácil, patada en lo cojones, o rodillazo, dependiendo de cuanto haya decidido acercarse. Y luego le insultas, que no duele pero desmoraliza. Las lindezas mejor dejarlas para las pelis.
ResponderEliminarEn cuanto al estudio comparativo, estarás de acuerdo conmigo en que no hay comparación posible, 'ónde va parar :p
Qué tengas buena semana tú también.
Sí, también es verdad. En esos casos hay que usar un técnica combinada. Intentar que se confíe y cuando esté relajado, zas, patada en los huevos :-D
ResponderEliminarBuf, no sé, qué quieres que te digas, la verdad es que me fijé más en los daneses, pero entiendo tu punto de vista :-P
Sabía que lo ibas a entender a la primera. Que se confíe y patada en los güevos. Los lleváis todas en los genes. . .
ResponderEliminarSí... en los genes.
ResponderEliminarLo de dejar que uno se confíe y luego arrearle en la entrepierna lo llevais haciendo muchísimo tiempo todas... aunque soleis hacerlo de forma figurativa que, como ya ha mencionado el melenas antes, también duele... pero en el orgullo, que es para siempre.
Un saludo y ya sabes, la próxima vez que te huelas que viene el servicio técnico, cierras con llave y la tiras por la ventana; que tenga que venir la cerrajerA a sacaros de allí (o a unirse a la fiesta)
Jeje. . . Estoy pensando en empezar a estropear cosas en casa para que tengan que venir más a menudo ;)
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