sábado, 11 de octubre de 2008

Semanas como ésta

Hay semanas que pasan como ésta, de puntillas, como sin darte cuenta. Semanas rápidas en las que la paciencia, las ganas y el tiempo para escribir se quedan atrás. Semanas que odiaría por haber pasado sin pena ni gloria, pero que se hacen querer gracias a un par de detalles entrañables.

Alguien me dijo hace algo más de un año que mientras tubiese algo que contar estaría bien. Si aquella frase fue una perla de sabiduría vital o una mirada a rincones dentro de mí desconocidos hasta entonces incluso para mí mismo, es algo que aún trato de descubrir. Lo que tengo claro es que
tenía y tiene razón. Tanta, que sé que el día que no tenga, que no quiera contar nada, será el día de hacer la maleta y largame.

Por eso me preocupan las semanas como ésta, por el inmenso cariño que le tengo a esta ciudad y porque me niego a que las semanas me pasen sin pena ni gloria. Pero echándo la vista atrás subido en este sábado, sería injusto decir que esta semana ha pasado sin más. Las escasas horas que he pasado en casa, la pereza para sentarme ante el teclado que las acompañaba, el que de repente sea sábado, hablan de lo ocupado que ha tenido esta semana y de las horas robadas al sueño. Los días se han ido llenando de pequeñas cosas compartidas con las personas que tienen gran parte de la culpa del cariño que le tengo a Copenhague. Bajo ese manto de cotidianeidad y familiaridad se ha ido escondiendo esta semana. Un café después del trabajo. Un paseo bajo atardeceres increibles, cada vez más tempranos y más largos. Un cena tranquila. Una cerveza en el bar de siempre. Pero si uno escucha con oídos atentos, descubre que el reto sigue estando ahí, en cada una de esas charlas en las que compartíamos nuestras espectativas, nuestras dudas, nuestros anhelos entre sorbos de café, trozos de sushi y ese humor cruel que sólo es posible entre amigos. Si uno mira con los ojos limpios, seguirá sorprendiéndose. ¡¿Y cómo no?!

Esta semana hemos descubierto un restaurante de los que echábamos de menos desde que estuvimos en Tokyo. Mesas bajas, sentatos en cojines, prohibidos los zapatos. Música agradable, todo sin prisas, los platos preparados con cariño.

Ayer descubrí tres bares nuevos en mi barrio. Música en directo, sofás acogedores o un pequeño mundo de luces y ritmo. Ya tengo más donde elegir.

El jueves rompimos la rutina laboral lléndonoes a Møns Klint. Tres kilómetros de acantilados blancos a cuyos bordes asoman bosques pintados de otoño. El már brillante, azul, frío como el cielo, como el viento que anuncia el invierno. Y los árboles rojos, verdes, naranjas, cálidos recuerdos del verano.

Sí, sería bastante injusto decir que esta semana está pasando sin pena ni gloria. Sobretodo sabiendo que no voy a tener tiempo a releer y corregir esto porque he quedado en diez minutos. Merienda en algúna encantadora cafetería del centro. Luego un cumpleaños. Después verermos si la noche es capaz de mantenernos despiertos hasta que empiece la carrera. . .

Nos vemos. . .


Imágenes: a lo mejor otro día, que ahora llego tarde.

P. S.- Je. . . Una hora y media escribiendo y va a resultar que esa última frase casual puede que sea la que mejor describa esta semana. . .



3 comentarios:

  1. Hasta que empiece la carrera... qué carrera... He's back!

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  2. Menuda carrera... espero que hayas llegado a tiempo de verla, al menos ¡la salida!

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  3. Pero se había ido alguna vez, Banyú? ;)

    La duda ofende, Luisja :p

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