domingo, 24 de junio de 2007

Noche de San Juan y alredores

Maravillándome una vez más con una noche que no es tal. El sol se da un pequeño paseo bajo el horizonte norte. Algunas estrellas tímidas se atreven a asomar durante un par de horas al cielo iluminado de un largo atardecer que se funde con el amanecer. El sol vuelve a asomar por el noroeste mientras aún disfruto de la buena compañía, cansado, preguntándome que más cosas extrañas pasarán en esta noche de San Juan, la luna en creciente y Murphy con ganas de juerga.

Ya se veía venir según empezó el fin de semana: pincheo en la embajada el viernes por la tarde para celebrar la onomástica de su majestad del rey. El motivo se me daba un ardite, fui por el morbo del asunto y para cenar de gorra. Y aunque la tortilla extrafina cortada en cachos de a centímetro cuadrado, las salchichas de perro del todo a cien, las empanadillas congeladas, el arroz precocinado y el vino de batalla no eran lo que me esperaba del señor embajador, no dejó de tener su gracia la cosa, y de dar un poco de miedo el comprobar cuanta gente me conoce en Copenhague...

Para elevar las dosis de surrealismo, que siempre alcanza altas cotas en San Juan, decidimos comernos unas palomitas de maiz frente a una hoguera de diseño dudoso en Fælled Parken. No era el plan inicial. Las tormentas que llegan cada par de horas del Mar del Norte se encargaron de convencernos de que no era buena idea repetir la barbacoa del año pasado en la playa de Klampemborg.

Al calor del fuego nos acordamos de Zoltan. Húngaro. Aterrizó aquí hace tres semanas y el viernes por la noche tuvo la mala fortuna, el poco cuidado o una mezcla de todo, de caerse de la bici y escarajonarse un codo. He pasado el fin de semana entre idas y venidas al hospital. Haciendo, si es que eso es posible, de familia y amigo. Viendo como su desconcierto inicial se va tornando impaciencia y más tarde resignación por culpa de esa operación pospuesta una y otra vez, por no saber cuando podrá irse a casa con unos cuantos trozos de hierro en el codo.

Ya he desistido de enmendar la noche. Cuando me quiero dar cuenta, cada uno ha terminado perdido en un rincón diferente de la ciudad. No los puedo dejar sólos, en cuanto me despisto... Con la bici pinchada por la mañana no hay ganas de patearse la ciudad, así que me dejo llevar. En concreto hasta Sankt Hans Torv. Una plaza de aires bohemios en Norrebro, sí, el barrio ese donde mataron al italiano aquel. Sentado en los adoquines, viendo las nubes pasar rápidas como solo las he visto aquí, comparto un vino italiano, con un islandés loco, dos italianas chifladas y el proveedor de la botella, italiano, claro. Nadie tiene ni idea, pero a un servidor la cosa no deja de hacerle gracia.

En la hora fría que precede al amanecer, son eso de las dos de la mañana, dedicimos caminar cincuenta metros hasta el calor del Gefärlich. A lo mejor no es el sitio con el nombre más adecuado para tal noche. Fron los tu de river... Y qué más da si me vuelvo a encontrar con otros ojos como los del viernes por la noche. Azules hasta lo indecible. Con lo inconfesable bailando tras cada mirada. Incluso mientras me los clavaba al responder:

---No sé, puede que me quede otro rato...

La pregunta no había salido de la boca del que firma, que ya había hecho unas cuantas aquella "noche", sino el italiano que en palabras de ella era su kind of a boyfriend. Y que para llegar a las horas que llegó a joder la marrana, podía haberse quedado en su casa. Estaba pensando en irme a la mía cuando, aún mirándome, aquellos ojos azules preguntan:

---Te vas a casa? ---Esto dede ser lo que llaman intuición femenina.

---No sé, puede que me quede otro rato... ---Para original, el menda.

El no te jode que completa la frase me lo callé. Ya no eran horas y el espagueti nos alternaba miradas sospechando que se perdía algo. Pues sí, amichi, y un servidor también. Otra historia para la colección surrealista del Moose. Como el estriptis mañanero de un camarero que nos convence de que es hora de dar por terminada la noche de San Juan.

Sobre todo esto meditaba hoy de tarde, sentado en una terraza a medio camino entre Oslo Plads y Trianglen. Tomándome un té verde en compañía del griego Giorgos, su novia lituana y su compatriota Estephanos. Disfrutando del resolillo mientras la lluvia repiqueteaba en el toldo y las nubes de tormenta hacían carreras por el cielo azul azulísimo. Y entre los silencios que dejábamos mientras nos poníamos al día de nuestras vidas en las últimas semanas, discutíamos de películas e historia de la grecia clásica y nos recordábamos por qué nos gustaban las nórdicas, así, entre sorbo y sorbo, esperando que Zoltan llamase para avisarme de que por fin le operaban, vi que todo el asunto componía un curioso mosaico de fin de semana.


Terminado el té, volví al hospital a enterarme de que hasta mañana no le toca al codo de mi amigo. Le dejé cenando y traté de organizar el encuentro que no fue posible ayer por la noche... Y hoy tampoco. Por eso me he vuelto a casa a llenar el estómago y contároslo todo antes de que pierda la gracia.

5 comentarios:

  1. Tio, perdona por no volver a aparecer el viernes, pero yo tambien me complique la noche bastante. Termine con una panda de cubanos por medio de un tio que conoci alli en la embajada. Tu sabes brother....
    A ver cuando de una puta vez terminamos una juerga, no hay manera!!!

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  2. Y el surrealismo continua...

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  3. Ja ja ja... Terminaste con cubanos? No sé si quiero saberlo...

    Continúa, capitán, continúa, campando a sus anchas ;)

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  4. Como molan ese tipo de findes. Consuélate con que la anarquía y el surrealismo que los rige superan con creces el orden y cotidianidad de un polvo al amanecer, por muy ojos azules que tenga.

    Total, si cuando más apetece mirarlos, suelen estar cerrados...

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  5. Ejem... Ya quisiera yo que un polvo al amanecer fuera algo cotidiano... Pero sí, tienes razón, el surrealismo no tiene precio.

    ... Pero aún cerrados sabes que están ahí. Y sonreirán cuando se habrán...

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