Este fin de semana me lo han puesto fácil. Vettel llegó, se libró del desaguisado de la clasificación y consiguió la pole. Hizo una arrancada espectacular. Dio cincuenta y tres vueltas perfectas. Gano la carrera. Y se lo pasó en grande. El resto se pegaron por las migajas en medio de la confusión.
Empezando por el chico maravilla, que se tuvo que tragar sus palabras del sábado: "Si yo fuera Vettel mañana tendría miedo", dijo. Pues a Vettel no le entró canguelo, sino la risa. Y mientras el KERS del McLaren renqueaba, llegó Trulli y le comió la tostada a Hamilton en el segundo repostaje. Tampoco vimos ningún signo de miedo en el italiano. Al contrario, pilotar para Toyota en Japón es correr en su casa, su circuito, su asfalto, sus neumáticos, su afición. Con esos ingredientes los ingenieros japoneses saben como poner un coche a punto. Una pena que Glock no anduviese fino, ni de manos ni de salud, para redondear la jugada.
Kimi peleó y peleó, pero se quedó a las puertas. No llegó al podium, pero se sobró para dejar en evidencia a Fisichella, duodécimo con el mismo coche. Parece que no era sólo torpeza de Badoer. Mientras, Rosberg volvía a demostrar lo que vale, esta vez sin meter la pata, y a confirmar la mejora el Williams. Igual que el BWM. Los bávaros quieren irse la Fórmula 1 dejando buen sabor de boca. Además, Heidfeld y Kubica quieren mostrar lo mejor de si mismos en su caza de volante para el año que viene.
Al contrario que Button, que parece querer ganar el título de la manera más sosa posible. Nunca me pareció un candidato digno; pero después de sus últimas carreras me va a dar vergüenza si gana. Tanto Vettel como Barrichello están haciendo más méritos que él; sólo la mala fortuna los ha puesto a 14 y 16 puntos por detrás. Y si me preguntan, diré que este campeonato se lo merece Barrichello, por razones históricas y por coraje.
Y así llegamos al puesto diez. Con un pilotaje de diez, como siempre que pone sus manos en un coche, Alonso sólo pudo terminar décimo. Al neno se le juntaron el hambre con las ganas de comer: un R29 que no evoluciona desde Junio y una penalización cuestionable el sábado, terminaron con una de sus últimas oportunidades para hacer un regalo de despedida a Renault. Aún así, remontó siete posiciones a base de magia, de ahorrar gasolina y cuidar los neumáticos a la vez que matenía el ritmo de los coches que le precedían. Eso le permitió hacer su último repostaje más tarde de lo planeado y ganar en el pit lane lo que no podía recuperar en la pista. No sé si será coincidencia, buena suerte o qué, pero llevamos dos carreras sin Pat Simmons en el muro y, de pronto, las estrategias de Renault no sólo tienen sentido sino que funcionan a la perfección. Pena, pena que esta vez todo se le pusiese cuesta arriba a Fernando, porque con una clasificación normal y sin tener que cargar gasofa hasta los topes, tal vez hubiera estado peleando con Kimi. Pero agua pasada no mueve molinos. . . Quedan dos carreras, y esperemos que tengan algo más de emoción que ésta. Porque si no este campeonato va camino de convertirse no sólo en uno de los más extraños de la historia, sino en el más muermo y con el campeón más anodino que se recuerda.
Imágenes: Autosport.com.
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