martes, 19 de julio de 2011

Naturalezas humanas

Y todo el mundo se volverá solidario por medio de algún sortilegio mágico, ¿no?

Esa es una de las críticas más comunes que se les hace al anarquismo o al socialismo. Una crítica basada en dos malentendidos. El primero, la creencia en algo llamado "naturaleza humana", que se nos supone intrínseca e inmutable. Suele entenderse como una tendencia al egoísmo, el individualismo y la avaricia que encuentra su expresión social en el capitalismo. De ahí a deducir que, sino fuese por las leyes estatales, andaríamos todo el día a hostias, sólo hay un paso. Justificando así la opresión y la violencia legal, judicial, burocrática, policial, democrática y militar. Bueno, pues eso llamado "naturaleza humana", no existe; es una construcción social, igual que la "propiedad intelectual". Las sociedades no son consecuencia de la naturaleza humana, sino que las naturalezas humanas son consecuencia de las sociedades. Por supuesto, existen ciclos de retroalimentación que convolucionan las relaciones causa-efecto; pero sobran estudios para demostrar lo que todos sabemos: que las escalas de valores y prioridades de las personas vienen condicionadas por su entorno. Así, en un entorno capitalista, sólo se puede esperar que florezcan "naturalezas humanas" egoístas e individualistas. Ahora, cuando el entorno cambia, y no hace falta más que echar un vistazo a Internet, empiezan a surgir otros valores, otros patrones de comportamiento, otras naturalezas. Si todos somos tan pérfidos, egoístas e interesados, ¿cómo es posible que surjan y sobrevivan proyectos como Linux o Internet misma? ¿Cómo es posible que las personas dediquen tanto tiempo a ser creativas (blogs, fotógrafos amateur, roleros, cortos de aficionados, etc) sin cobrar?

Lo anterior aclara de por sí el segundo mal entendido, que los libertarios o anarquistas tenemos una fe casi-ciega en la bondad de la naturaleza humana. Pues no, oiga, no tengo ni fe, ni falta de ella, porque un servidor no cree que exista naturaleza humana alguna. Igual que no pregunto si el león es bueno o malo, no pregunto si las personas son buenas o malas. Ambos somos animales programados para la supervivencia y, como supervivientes, adaptamos nuestro comportamiento para optimizar nuestras opciones de acuerdo al entorno. Creo que es bastante obvio que las estrategias de supervivencia más exitosas que ha adoptado el ser humano lo largo de su existencia son la sociabilidad y la creatividad.

El homo sapiens sapiens es hasta tal punto un animal social que incluso pierde su identidad, su autoimagen, cuando se le aísla. Esto lo sabe muy bien cualquier torturador de la CIA, por eso ahora en Guantánamo, y antes en Guatemala, en Chile y en Alemania, proliferan las celdas de aislamiento. Una vez aislado y privado de estímulos sensoriales y rutinas, sin nada con lo que compararse e interactuar, la identidad del preso se diluye, y con ella desaparecen sus sentimiento propósito y de pertenencia a grupo alguno, haciendo que "confiese" lo que el torturador crea necesario. A lo que iba, que las personas tendemos a organizarnos en sociedades porque hemos evolucionado para optimizar el uso de esa estrategia de supervivencia. Hemos desarrollado herramientas como el lenguaje, verbal y corporal, la risa, los compuestos químicos que producen sentimientos derivados de la empatía o los vínculos amorosos e incluso los besos, las caricias y los abrazos. Herramientas en fase de atrofia desde que el entorno nos ha impuesto criterios de supervivencia basados en el individualismo: evaluación escolar individual, salarios individuales, propiedades individuales, meritocracia individual e incluso castigos individuales. El capitalismo es un divide y vencerás llevado a sus últimas consecuencias. No sólo nos hemos aislado de nuestras comunidades, sino que nos hemos dividido por dentro. En un mismo cuerpo pueden convivir un padre, un programador, un amante y hasta un fotógrafo y no encontrarse nunca a sí mismos.

En cuanto a la creatividad, resulta al menos igual de obvio que también es una constante histórica; aunque cómo se haya canalizado esa creatividad es otro asunto. Desde el uso de palos y piedras y la creación del arte rupestre, hasta las maravillas tecnológicas moderna y las pelis en 3D, el ser humano ha demostrado ser un culo inquieto de proporciones literalmente cósmicas. Sólo hace falta fijarse en la dicotomía sufrimos la inmensa mayoría de los esclavos asalariados entre nuestro trabajo y nuestras aficiones, entre lo que se nos impone para poder sobrevivir y lo que nos permite dar salida a nuestra creatividad. El ser humano detesta trabajar cuando trabajar significa convertirse en un extraño para sí mismo.

Podría parecer que sociabilidad y creatividad están reñidas, una es obviamente comunal, mientras que la otra tiene tintes individuales. Sin embargo, no existe contradicción, sino una potente sinergia. Las personas construimos gran parte de nuestra identidad en torno a nuestras creaciones o aportaciones individuales y la aceptación y utilidad que estas tienen en la comunidad. Aquí despunta la piedra angular del pensamiento anarquista: la negación del conflicto entre individuo y sociedad, ya que el individuo sólo tienen sentido y se realiza en tanto que es social. Nadie existe sólo. Nadie es sólo ella misma. En una sociedad igualitaria y horizontal donde ni jerarquías, ni burocracias, ni gobiernos pongan trabas la creatividad individual de cada miembro de la comunidad, la mayoría de los conflictos que observamos hoy en día desaparecerían, porque todos, y digo todos, son consecuencia de los intentos sistémicos de doblegar, coordinar, suprimir o incentivar desde arriba, imponiendo a las sociedades criterios capitalistas, o sea, el incremento a cualquier coste del beneficio económico. Bajo semejantes condiciones de opresión, mutilación creativa e incentivo de los comportamientos individualistas, sorprende poco que todos seamos "naturalmente" unos imbéciles que no hacen más que darles la razón a quienes nos han puesto el yugo.

Leí hace unos días acerca de un estudio que se hizo en las factorías de Ford unos años después de que el hombre implantase sus famosas cadenas de montaje, allá a principios del siglo XX. En él se preguntaba a los empleados qué quejas tenían sobre sus trabajos. La mayoría no se quejaron de los turnos de 10 o 12 horas, ni del trabajo repetitivo y alienante, ni del sueldo o las escasas vacaciones. De lo que se quejaron fue de que la cadena de montaje avanzaba demasiado rápido y apenas les daba tiempo a hacer un trabajo decente. Aquellas personas se quejaban de que no podían hacer su trabajo tan bien como les gustaría. Todos unos egoístas, ya ven ustedes. Además, comentaban también que una de sus mayores frustraciones era descubrir errores de diseño, o posibles mejoras, y no poder hacer nada por solucionarlos mientras veía pasar un coche defectuoso tras otro. Estas opiniones no tienen explicación en un paradigma capitalista que asume el egoismo y el individualismo como rasgos inmutables del ser humano. Con esas hipótesis también es inexplicable la explosión creativa y de proyectos comunales que vemos en Internet. En resumen: no es necesario que todo el mundo se vuelva solidario por medio de algún sortilegio mágico. Lo que es necesario para el cambio social es eliminar las condiciones opresivas y alienantes que crean el individualismo y obligan al extrañamiento de uno mismo, del trabajo y de la comunidad. No es una cuestión de educación, sino de demolición; empezando por los muros de creencias estériles dentro de uno mismo.


Imágenes: Banksy, quién si no. . .


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