Nota:Blogger anda haciendo cosas raras esta semana. Esta entrada estuvo desaparecia durante dos días. Ahora, ha vuelto a su sitio; pero han desaparecido los comentarios que habíamos hecho :( Confiemos en que la gente de Google solucione estos problemas cuanto antes para poder seguir contándoos la aventura marroquí. Disculpen las molestias.
Me miraba con ojos cansados, intensos. Encorvado sobre el escritorio, con el peso del día sobre los hombros, volvía a negar con la cabeza. Eran cerca de las nueve de la noche, y aquello era justo lo que no necesitaba el empleado de la oficina de alquiler de vehículos para rematar el día. Anochecía tras los ventanales de aeropuerto, quería irse a su casa, no necesitaba otro turista imbécil cuya tarjeta de crédito no funcionaba.
Aún no sé por qué mi Visa se negó a hacer su trabajo en Marruecos, ni en tiendas ni en cajeros. Lo que sí sé, es que si no hubiera sido por aquel hombre de ojos cansados, nuestro viaje hubiese empezado en desastre. Suspiró. Me pidió la tarjeta una vez más. Volvió con un par de papeles. "Me voy a fiar de ti", dijo apuntándome con el bolígrafo. "Te voy a dar el coche. Firma aquí y me lo pagas cuando lo devuelvas."
Si aquello hubiera sido Europa, ya me podía haber dado por jodido. Si tu tarjeta no funciona, te jodes. Las normas son las normas y nadie fía a nadie. Lo cual me quedo más que claro después de gastarme cuarenta euros en una llamada internacional al servicio de atención al cliente de mi ex-banco. No sólo no me propusieron ninguna solución al problema, sino que negaron que hubiera problema alguno, me ignoraron y me llamaron mentiroso. Gracias. Disculpa perfecta para que hace dos días cancelase mi cuenta y cambiase de banco. De nada. Por suerte, Marruecos no es Europa, y la palabra de una persona y un apretón de manos aún valen más que una firma en un papel y un cacho de plástico con un chip.
Luego, con el coche, el cansancio, las maletas y una sonrisa, comenzó la aventura de encontrar el hotel en el centro de la ciudad. Consejo para conducir por Marrakech: no lo hagas, a no ser que te gusten cosas como el puenting sin cuerda o la caída libre sin paracaídas, no lo hagas. Menos mal un servidor es de los que disfruta de esas cosas siempre y cuando pueda sentir el suelo a una distancia razonable, al fin y al cabo, lo que te mata no es la altura sino el suelo. Apliqué la sabiduría milenaria del allá donde fueres faz lo que vieres. Le expliqué a la vikinga que los gritos no eran de enfado, sino el ruido de las VDPP (válvulas de descarga de presión psicológica). Y que, si no miraba mucho hacia delante era porque, conduciendo en tal ciudad, lo que tienes delante tiende a alejarse; pero los taxis, peatones, motocicletas, autobuses y burros que tienes a los lados y por detrás, esos, vienen todos a por tí.
Aprovechando la incompetencia del GPS para navegar por callejuelas y rotondas trampa, encontramos un parking a escasas dos manzanas de nuestro presunto destino. Un mozalbete nos guió por el laberinto de tiendas, turistas, vendedores y autóctonos hasta el callejón donde se escondía el hotel. Nunca dejó de sorprendernos que medio de aquel caos y bullicio, bastase con cruzar un puertezuela para entrar en un mundo de paz y tranquilidad, patios azulejados y penumbras acogedoras, plantas y fuentes, alfombras multicolor y cojines mullidos, velas e incienso, terrazas soleadas y buena comida. Luego, empezó a llover.
Y siguió lloviendo cuando, después de una merecida ducha, nos fuimos a cenar a Djemaa el-Fna, la caótica, ruidosa, vibrante y mágica plaza en el corazón de Marrakech. Llovió también al día siguiente. Por eso no pudimos disfrutar de las increíbles vistas desde la carretera que cruza el Atlas serpenteando por el paso de Tizi n'Tichka; pero las intuíamos y pudimos disfrutarlas a la vuelta, cinco días después, con un día espléndido.
Así, después de un buen puñado de horas y de kilómetros, tras la paradas obligatoria en la impresionante kasbah de Aït-Benhaddou y de relajarnos tomando té en casa de un autoestopista, llegamos a Boumalne, tarde, con más de una hora de retraso. Los últimos cuarenta kilómetros, de noche, bajo la lluvia, por una carretera embarrada que discurría entre una sucesión interminable de casas, palmeras, camiones sin luces, niños jugando en los charcos y burros, fueron quizá, los peores cuarenta kilómetros que he conducido en mi vida. Pese a todo, Mohamed nos esperó paciente en el centro de Boumalne, un pueblo colgado entre las nieves del Atlas y los palmerales del valle de Dadès. En su casa aguardaban su mujer, sus tres hijos y una cena caliente; pero esa es otra historia. . .
Imágenes: Lo bueno de ir a un sitio como Marruecos es que luego uno no necesita perder horas delante el Photoshop (no se olvide usté de hacer click para ampliar). (1) Kasbah en Aït-Benhaddou, ni el día ni la luz estaban para florituras en color. (2) Vista desde lo alto de la kasbah en Aït-Benhaddou. (3) En Marrakech, lo de "callejuela" es literal. (4) Una noche cualquiera en Djemaa el-Fna. (5) El paso de Tizi n'Tichka.
Marruecos es el viaje que más me ha gustado hasta ahora y no sólo me sorprendió el país en sí, su contraste de paisajes, sino que sobre todo me sorprendió la gente. Curiosamente mis compañeros de viaje no vieron el viaje desde mi mismo prisma y donde yo veía riqueza ellos sólo veían falta de medios y pobreza extrema.
ResponderEliminarLife's
El coche... el coche!!!!
ResponderEliminarQué acabó resultando ser?
Así que, después de 3 cancelaciones... todavía la tarjeta quería hacerte la cuarta.
Todavía no has aprendido a llevar 2 o 3 tarjetas distintas, a ser posible de distintos bancos??? Mucho confías tú en que Murphy esté de vacaciones.
Esperamos la segunda parte, no te olvides ;)
Epa. . . Acabo de darme cuenta que ha desparecido el comentario que puse aquí. Definitivamente blogger anda haciendo cosas muy raras estos días.
ResponderEliminarViajera, estoy de acuerdo contigo, lo que más me sorprendió fue la gente. Me sorprendió su amabilidad, su hospitalidad, su buen humor. En cuando la riqueza vs. pobreza, voy a dedicarle la cuarta entrada sobre este viaje ;)
Fxx, acabó resultando ser un Dacia Duster 1.5 dci. Justo lo que buscaba un todo-terreno de tamaño razonable y económico. Y sorprendentemente cojonudo. James May tenía razón. Cuando le pones un motor diesel de 110 cv a un coche que sólo pesa 1250 kg (eso son 200 kg menos que un Golf), le quitas los aires de grandeza y las pretensiones insensatas, le añades un caja de cambios bien pensada, tracción integral y unas suspensiones, que por la ligereza del coche, pueden ser lo suficientemente firmes para darte confianza en el asfalto y lo suficientemente absorventes para no partirte el espinazo cuando no hay asfalto, terminas haciendo casi 1800 km con una sonrisa en la boca y habiendo usado sólo 75 litros de gasoil. Great success!