lunes, 18 de enero de 2010

Una historia de narices

Inclinado sobre la mesa, con una mano entorno a un vaso de vino, se recorría con el pulgar y el índice de la otra el puente de la nariz. Me decía que esa nariz no era escandinaba; aunque sus ojos azules, con un brillo de juventud vivaracha a pesar de la aureola de arrugas, no podían ser más daneses. Sonreía entre barbas canosas, dibujándose arriba y abajo con los dos dedos el ensanchamiento en el tabique nasal. Asentí devolviéndole la sonrisa al comprobar con mi pulgar y mi índice que, como él decía, nuestras narices compartían forma. Eran narices hispanas.

Dí un trago a mi propio vaso de vino sin dejar de mirarle, alzando las cejas con curiosidad. Añadió que alguno de los apellidos en su familia era un Fernández transformado por las décadas en algo que sólo los daneses podían pronunciar. Luego se reclinó en la silla. Saboreó un sorbo de vino, despacio, sabiendo ahora la presa ya no se le iba a escapar de la historia que había tejido con aquella nariz y aquel apellido. Esperé paciente.

Quince mil soldados españoles, así fue como empezó su respuesta. Soldados españoles llevados Dinamarca por Naponoleón para defenderla del pérfido inglés. Un servidor llevaba apenas unos meses en Copenhague. Y fue en esa cena de trabajo, la primera vez que oyó hablar de aquellos quince mil españoles forzados a luchar por patrias ajenas, y de quienes aquel profesor del departamento de geología afirmaba ser descendiente, aportando sus narices como prueba irrefutable.

La segunda vez que supe de aquellos soldados, fue esta mañana. Abró la página del El Semanal fiel a mi costumbre de empezar la semana leyendo a don Arturo y me encuentro esto:


Una tumba en Dinamarca

La certeza de que las narices del Doctor B. se deban a que algún soldado español metiese las suyas entre las piernas de alguna Hansen hace dos siglos es lo de menos. Lo importante del asunto es que hay historias que merecen ser ciertas aunque no lo sean, porque desmentirlas enterraría en el olvido otras verdades debieran contarse una y otra vez.


Imagén: Lápida de la tumba de Antonio Costa junta a la tapia de cementerio de la Iglesia de San Canuto (Sankt Knud Kirke) en Fredericia. El epitafio reza: "Recuerdos a España de Antonio Costa. 11 aug. 1808." (Fredericias Historien)

4 comentarios:

  1. Buenisimo tu post y buenisimo el articulo de Perez Reverte. Deberia leerle mas a menudo, en España siempre lo hacia porque El Semanal venia todos los domingos con el Diario Sur.
    Todo esto una vez mas nos da que pensar: ya no luchamos contra nadie pero que extraño es a veces ser extranjero, Ivan....

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  2. Pero tiene su encanto. . . ;)

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  3. Gracias :) Pero uno no tiene que esforzarse mucho cuando la historia es decente. . .

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