viernes, 15 de abril de 2011

Amarrado a puerto

Uno detrás de otro, desaparecen por la puerta de atrás del calendario. Días de lluvia, primavera y sol. El mundo, aún medio dormido, se despereza bajo un manto de viento frío. Y mí me pasa lo mismo. Son días de espera. Días en que me molesta que no me moleste dejar pasar anónimos los días. Sentado en el puerto, viendo mi vida mecerse amarrada al muelle.

El trabajo: terminado. Misión cumplida. Fiesta de despedida. Travesía seis semanas con tripulación decente. Más entretenido de lo que esperaba y la cuenta corriente con mejor salud. Y vuelta a la cola del paro. O a la del doctorado. Tras un amago de aproximación, mi jefa vuelve a dormir con la conciencia tranquila. Ya me puede ignorar otros cuatro meses. No se quieren creer que el ultimatum va en serio y miran a sotavento sonriendo. Con la patente de corso caducada, el petróleo, la tiza y los papers me la traen al pairo. El próximo dedo que mueva en esa dirección será para defender la tesis o firmar el finiquito. La película ahora es en blanco o negro, y no me importa hacer de malo, de esos que según qué lealtades nos las guardamos junto a tarjeta de crédito: en la cartera.

Y mientras, espero mirando al horizonte. Disfrutando la media primavera y de la vikinga a ratos. Espero entre libros y trenes, paseos y cervezas. Espero calculando y trazando derrotas, avituallando fuerzas para pasarme quince días con la mochila al hombro. Apaciguo la impaciencia meditando vientos y corrientes. Idas y vueltas. Y tras la vuelta, habrá que ver de dónde sopla el viento. Habrá que decidir hacia dónde cómo y cuándo orientar las velas.


Imágenes: Old harbor by Heri Mbing.

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