miércoles, 16 de febrero de 2011

Papeles de colores

La pregunta surge de forma inevitable cada vez que uno habla de cambio social, de política, de alternativas a la democracia. Da igual que sea de madrugada tras tomarse unas copas por Barcelona, que terminando la tercera botella de vino y el postre en casa de cualquier amigote, o acalorados sobre tés, cafés y cholocaltes en una cafetería de Copenhague. Rara vez explícita, la pregunta queda oculta en la conversación, adulterándola, tanto si la respondemos como si no:

¿Pero tú crees que el ser humano por naturaleza es bueno o malo?

Pregunta falaz y demagógica. Pregunta con aires de grandeza que encona los problemas que pretende resolver. Primero, con sospechoso tufo a dogma religioso, presupone la existencia de un código moral que define lo bueno y lo malo. Luego, inquiere si una persona a priori, ajena a influencias sociales y culturales, se ajustaría a dicho código, que es él mismo una construcción cultural. La pescadilla que se muerde la cola. Usar lo que se pretende demostrar como argumento en la demostración. Mal. Caca. Eso no se hace.

Por naturaleza, los homo sapiens sapiens no somos ni buenos ni malos. La naturaleza no entiende tales conceptos. El homo sapiens sapiens, como cualquier otro animal, es por naturaleza un superviviente. Y la historia, la antropología, la biología y el sentido común, han demostrado que la estrategia de superviviencia más exitosa es agruparse, crear familias, tribus y sociedades que optimizan el uso de los recursos disponibles para maximizar el beneficio individual. De este modo que el egoísmo genético satisface sus necesidades a trabajando por el bien común. Hasta tal punto nos hemos adaptado a esta estrategia que, cuando se nos separa de nuestros semejantes, perdemos muchos de los atributos que nos hacen humanos. Entre otras cosas, el homo sapiens sapiens aislado de la sociedad pierde la capacidad de hablar y de interpretar la comunicación no verbal, su empatía y control emocional se debilitan e incluso envejece más rápido.

No ha sido hasta las últimas décadas, con la imposición de una sociedad de consumo interesada en que no compartamos nada para que cada uno compre lo suyo, que hemos generado la ilusión de que cada persona es capaz de sobrevivir sola. El dinero que gano como esclavo asalariado, me procura lo necesario para satisfacer mis necesidades. Ya no necesito a nadie. La sociedad, sus valores y costumbres son un obstáculo para mi independencia. Así, la estrategia de supervivencia descartada hace eones, el individualismo, hoy se ha convertido en modo de vida. La tribu optimizaba sus recursos para el beneficio común sin que nadie les explicase cómo, ahora necesitamos cursos y masters para aprender a trabajar en equipo. Revindicamos nuestra individualidad eligiendo todos libremente vestir de Mango y Zara y deseando de forma individal, original, auténtica, joven e independiente tener un iPhone. Aislándonos, hemos dejado de ser humanos, ahora somos consumidores.

Peor aún, la aristocracia económica y sus títeres políticos sólo apelan a los escasos valores sociales que nos quedan para exigirnos, por el bien común, que recortemos nuestras libertades, reduzcamos nuestra calidad de vida y hagamos los sacrificios que ellos no están dispuestos a hacer. Porque si es bueno para su empresa, el Estado, es bueno para todos. A golpe de impuestos, nos inculcan que el beneficio social se consigue sólo a costa del beneficio personal. Así han aniquilado nuestra confianza en la estrategia de supervivencia milenaria. Ya ni siquiera creemos que sea posible vivir en una sociedad basada en la libertad, la igualdad y el respeto. A pesar de que tras desastres naturales y humanitarios, cuando los Estados se colapsan, son la colaboración desinteresada y la organización espontánea y descentralizada las que solventan los problemas, pocos creemos que el homo sapiens sapiens sea capaz de vivir en armonía y colaborar con sus semejantes sin el yugo de las leyes, la dictadura de una aristocracia y los toletazos de sus policías. Nunca sería posible convencer a la gente para que actue por el bien común, dice la mayoría ignorando la evidencia. Pero la cuestión no es convencer a nadie, si así fuese no habría nada más fácil. Abre tu cartera. Con poco de suerte, encontrarás algunos papeles de colores, pintados con puentes, puertas, números y letras. Si nos hemos convencido de que merece la pena dedicar la mayor parte de nuestras vidas a la acumulación de papeles de colores, podemos convencernos de lo que sea. De lo que se trata es de dinamitar una civilización decadente que nos roba por ley el fruto de nuestro trabajo y nos esclaviza para evitar que produzcamos algo de utilidad, para uno mismo o para los demás. Es la manera que tiene el Estado de perpetuarse junto a su aristocracia y sus privilegios. Mientras seamos meros consumidores, seremos incapaces de producir nuestra libertad.


Imágenes: Markus Unger (Dreamstime.com) y nuestro amigo Banksy.

2 comentarios:

  1. Gracias por el post. Gracias porque no es nada fácil mantenerse firme en una convicción, a pesar de ser eso, una convicción, cuando te machacan por activa y por pasiva que eso no es normal.

    Sí, sin duda plantearse dilemas morales tales como si el hombre es bueno o malo por naturaleza no lleva a ningún lado. Sin embargo sí que creo que es el poder el que corrompe y es el que ha llevado a nuestra especie a lo que somos hoy. Vivimos en un circo bastante interesante en el que se ha olvidad por completo qué es de verdad necesario y qué no. Una pena, porque vida sólo hay una y además se pasa rápido.

    life's

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  2. Creo que más que corromper el poder atrae a los ya corruptos y además, como atestiguaba Proudhon tras haber sido representante en la asamblea de la Comuna de París allá por 1848, los órganos de gobierno le alejan a uno de la realidad, convirtiendo a los gobernantes en incapaces de actuar con sensatez.

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