viernes, 14 de mayo de 2010

Tres días en la granja

Llevo un rato dudando delante del teclado. Levántándome, pensando, volviendo a sentarte, comiendo algo, escribiendo un par de frases y borrándolas. No tenía claro qué historia debía de acompañar a estas tres fotos; pero ya se sabe que La duda es una respuesta en sí misma. Y la historia son las tres fotos, elegidas de entre las dieciséis supervivientes de cincuenta y dos que saqué durante los días que pasé en Sonnerupgaard Gods (por una vez, y sin que sirva de precedente, si lo leéis tal cual, sonará parecido a lo que diría un danés).


Sonnerupgaard Gods es una granja reconvertida en centro de conferencias. Está a poco menos de una hora en tren de Copenhague, perdida en medio de bosques llenos de cuervos y colinas pintadas con verde brillante del cereal recién sembrado. La versión oficial, dice que no reunimos allí para clausurar la red europea de investigación que ha pagado mi doctorado, y el de muchos otros. Además, los jefes, llenos de buen rollito y habre de dineros, quisieron presentar a las emperesas colaboradoras los logros de los últimos tres años. En cambio, la versión extraoficial y a lo que fue un servidor, fue a alejarse durante tres días de la tesis, la ciudad y mundo conocido. Si además le pagan a uno el viaje, la habitación individual, la buena comida, habría que ser un capullo para quejarse del vino que, como todo brebaje chileno al que me he acercado, de vino tenía el nombre y el color.


Me ha llevado un par de horas elegir las fotos; pero si tengo que elegir tres sensaciones que me haya traído del simposium, la elección es clara. Primero, satisfacción. La satisfacción de enchufar la cámara al ordenador y descubrir que sólo hay dos clases de fotos: las que vas a borrar y el resto. Fue una satisfacción descubrir que la tercera categoría, esa de "fotos que con unos retoques pueden convertirse en el algo pasable", estaba vacía. Ahí las tenéis, con la luz, los colores, el contraste, todo tal como lo vio la cámara, y como un servidor los quería.

Nostalgia sería la segunda sensación. He pasado más de tres años trabajando con esas personas. Con el proyecto terminándose, las cosas adquieren perspectiva. Las dificultades y los cabreos se caen en el cajón de las anécdotas, y quien saluda cuando se baja el telón son un poco de orgullo y mucho agradecimiento por haber tenido la oportunidad de ser parte del proyecto y todo lo que implica: personas, viajes, conocimientos. . .


Incredulidad matizada con vergüenza ajena fue la sensación que me dejó el último día. Me parece increíble que un ingeniero que lleva décadas trabajando para una empresa petrolera haya tenido que recordarles a científicos reputados cual es la labor y cómo ha de funcionar la ciencia. Parece que, a muchas más personas de las que me pensaba, se les olvida la segunda parte de lo que dijo Descartes. Que sí, que la primera está muy bien, dividir los problemas en problemas más pequeños que uno pueda ir resolviendo con tesón y paciencia; pero en la segunda parte es donde se encuentra el conocimiento. Al final, cuando uno ha resuelto los problemillas, cuando uno tiene una buena parte de las piezas del puzzle, hay que ponerlas todas juntas de nuevo y ver si encajan entre ellas y con el resto del cuadro.

2 comentarios:

  1. jejejeje-
    Ves, al final mereció la pena.
    Tambien llevar la cámara.
    Pero... dónde está el verde? y los ciervos?...
    Bueno, para la próxima.
    Besinos.

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  2. No tuvo uno tiempo para andar cazando ciervos, señora.

    ;)

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