jueves, 15 de abril de 2010

Tres camas

Despierto en mitad noche. Recostado en una silla de hospital. Oigo ronquidos en la cama de al lado. Rara vez se despierta uno contento de oír ronquidos; pero cuando eso significa que por fin alguien está durmiendo, descansando, tras días de convalecencia, es más un alivio que una molestia. Además, el entrenamiento que supone haber dormido durante años a horas intempestivas los fines de semana y la avanzada técnica que he desarrollado para dormir en los aviones, hacen que esto esté chupado y me vuelva a dormir en pocos segundos.

Despierto en mitad de la noche siguiente. Estoy una cama familiar; pero tras años alejado de ella se me hace algo extraña, pequeña, las mantas pesadas. Me giro sobre el otro hombro. Me envuelvo en las mantas y olores conocidos. Olor a hogar y al lugar donde crecí. No necesito abrir los ojos para agarrar el vaso de agua, sigue estando donde siempre. Bebo un par de sorbos frescos y, en pocos segundos, vuelvo a dormirme.

Ha pasado otro día, despierto en mitad de la noche. Estoy mi cama, muchos kilómetros al norte. Noto su piel blanca, cálida y suave acomodarse junto mí. En la penumbra, miro unos instantes las sombras de sus ojos verdes cerrados en medio de sus ragos suaves, hermosos. Abrazo su respiración calmada y cierro los párpados unos sengudos antes de volver a dormirme.

Hace un día brillante, espléndido. Tengo una cerveza fresca en la mano y dejo que el sol de privamera derrita poco a poco el frío invernal. Registro atento los detalles: el azul del cielo, las sombras nítidas de los edificios, las sonrisas luminosas que pasan por delante de la terraza. Resulta inquietante la velocidad con que cambia el escenario. Y siempre estoy allí, registrando detalles para saber si estoy dormido o despierto. De día en día, de noche en noche. La manera de seguir allí es no ser ninguno de sus míes, quien quiera que sea. La calma y seguridad aparentes son sólo la fachada de mi incertidumbre. La mirada fija en un punto imaginario para no marearme cuando el escenario vuelva a girar. Evito pensamientos innecesarios que me distraigan de la mano que se acerca. Relajado para poder reaccionar a tiempo; sólo en el último instante sé si será una caricia o un puñetazo. Son años de entrenamiento, no son frialdad ni indeferencia. Aún así, a veces sigo confundiéndome. . .



Imagen: Christopher Sweeney.

4 comentarios:

  1. Bienvenido a casa...
    Ya sabes dónde está... justo sobre la suela de tus zapatos.

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  2. Tenía otra definición; pero esta, por suerte, no difiere mucho ha efectos prácticos ;)

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  3. espero que se mejore... :)

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  4. ¡Gracias! Está trabajando duramente en ello :)

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