sábado, 26 de septiembre de 2009
Islandia
Si tuviese tiempo, la echaría de menos. . . Cada media hora, a veces cada diez minutos, repetíamos el ritual. Mirarnos boquiabiertos. Frenar. Apagar el motor. Cojer la cámara y salir del coche. Despacio. En silencio. Como si temiésemos que tanta belleza fuera a esfumarse ante cualquier movimiento brusco. Daba igual dónde estuviésemos o a dónde fuéramos. Daba igual la hora del día, mañana, tarde o noche. Daba igual que lloviera o brillase el sol, Islandia nos ofrecía cada media hora alguna maravilla para sorprendernos. Siempre diferente. Siempre cambiante. Siempre espectacular.
En unas pocas horas puedes pasear por playas de arena negra junto a un mar salvaje. Puedes conducir al pie acantilados monumentales y perder la cuenta de las cascadas que caen desde sus cimas. Cruzar kilómetros de llanuras negras, desoladas, vacías, donde lo único que destaca es la carretera negra, desolada, vacía. Puedes caminar al pie de gigantescos glaciares, deslumbrado por su blancura cuando el sol se cuela entre las nubes, o encontrar el mismo glaciar rompíéndose en una bahía tranquilla, dejando que las focas naden entre inmesos bloques de hielo azul. Conducir a través de cañones volcánicos, subir y bajar caminos de cabras, vadear ríos, dar una curva y descubrir un valle inmenso, lagos alimentados por ríos cantarines que bajan saltando por las laderas rocosas. Puedes detenerte junto a arroyos de aguas calientes y darte un baño contemplando montañas rojas de cimas nevadas.
Y cuando creas que Islandia ya no te puede sorprender, cambiará el viento, las nubes, pesadas como yunques, se descorreran dejando que el sol ilumine nuevas cimas, pinte el paisaje con nuevos colores resplandecientes. Colores que volverán a cambiar cuando se acerque la noche y el negro húmedo, el verde brillante y los bláncos prístinos se tornen naranjas, rojos intensos, reflejos terrestes de cielos en llamas. Y no tienes nada que decir. La naturaleza ha hablado y lo ha dicho todo. Y piensas en cómo, cómo serás capaz de contarselo a nadie; con qué palabras. . . Y te alegras de tener la cámra para hacer justicia, la poca justicia que te permitan tu arte y el saber que la lente no capturará el silencio inmenso, ni la frescura del viento, ni la caricia del sol sobre la piel húmeda.
La belleza de Islandia es una belleza monumental, salvaje, cambiante, sobrecojedora. Tratando de mirarla con los ojos de sus primeros pobladores, Hombres curtidos que llegaron en barcos de madera hace doce siglos, vi una belleza inóspita, cruel, violenta, vibrante. Islandia es un lugar joven, sin terminar. Es una tierra donde las montañas son agresivas y orgullosas, donde los ríos aún no han decidido sus cauces y los redefinen con cada deshielo. Un lugar donde hierbas y arbustos no han tenido tiempo a acomodarse y siguen colonizando valles y laderas con timidez. El clima y las nubes corretean y cambian de idea como niños jugando, siempre en movimiento, siempre incansables. Islandia es un cuadro cuya luz transmite una energía especial, cuyas pinceladas son demostraciones de poder, cuya composición evoca una calma majestuosa.
Al final del día, o de unos cuantos días, cuando tanta belleza te halla dejado, no ya sin palabras, sino sin pensamientos, cansado y sin saber aún cómo te va a cambiar lo que has visto, te puedes refugiar en cualquier rincón de Reykjavik. Disfrutar de las acojedoras cafeterías: muebles desgastados, suelos de madera y velas. Saborear la esquisita e enorme variedad de carnes y pescados que sirven en cualquier restaurante en que se te ocurra entrar. O olvidarte de todo, tomarte unas cervezas y disfrutar de la incansable vida nocturna y su fauna, desenfadada, guasona y amigable. Qué gran gente los islandeses, aunque estén grillados, o precisamente por eso.
Islandia, sus cientos de caras, son el lugar más hermoso en el haya estado nunca. Añadiendo a sus habitantes, la comida, los balnearios naturales y la compañía, este ha sido el mejor viaje que he hecho en mi vida. Y recordad que esto lo dice alguien que viene de Asturias, donde la naturaleza es abundante y generosa, como las cazuelas.
Vanya, a las
11:00
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Bueno, pero.....ligaste??? ;-)
ResponderEliminarUn servidor siempre liga; aunque ni lo parezca ni lo cuente :p
ResponderEliminarQue chulo, definitivamente, tengo que ir, lo tenía claro, pero ahora es casi necesario. ¿Cuándo te vuelves por allá?
ResponderEliminarEn cuanto pueda :)
ResponderEliminarVaya flipe.
ResponderEliminarA mí me lo vas a contar. . . No me canso de mirar las fotos ;)
ResponderEliminarNa que decir. Simplemente recuerda que pa mi fue un viaje de 10, y ya sabemos lo que eso implica ;).
ResponderEliminarAhh, y sigo convenzido de que el castellano no se parece un carajo al serbo-croata :). Unos grandes los fislandeses!!
ResponderEliminarGracias por las afotos nenita!!
Hombre, depende, si lo grabas y lo reproduces al revés, el serbo-croata se da un aire al acento de Móstoles ;)
ResponderEliminarGrande. Grande Fislandia! 10 ;)
Buah... qué pasada... vaya fotacas...
ResponderEliminarY el post me ha encantado, me ha llegado esa paz, esa belleza, esa tranquilidad...
Muak!
PD:claro que ha ligado... :P
Ufff. . . Y será por fotos. Vine con más de setecientas. Aún sigo seleccionando y editando.
ResponderEliminarMe alegro de que te gusten.
Muak!