Mas Yahveh descendió para ver la ciudad y la torre que los hombres estaban levantando y dijo: «He aquí que todos forman un solo pueblo y todos hablan una misma lengua, siendo este el principio de sus empresas. Nada les impedirá que lleven a cabo todo lo que se propongan. Pues bien, descendamos y allí mismo confundamos su lenguaje de modo que no se entiendan los unos con los otros». Así, Yahveh los dispersó de allí sobre toda la faz de la Tierra y cesaron en la construcción de la ciudad. Por ello se la llamó Babel, porque allí confundió Yahveh la lengua de todos los habitantes de la Tierra y los dispersó por toda la superficie.
―Genesis 11:5-9
Y aquello, en contra de lo que dicen la Biblia, el Corán o la Torá, no fue una maldición si no una bendición. Os lo dice este que escribe, este cuya casa se ha convertido en una pequeña Babel. Un lugar donde tarde sí, noche también, se improvisan cenas y reuniones que empiezan con cervezas casuales y terminan viendo amanecer. Dormidos unos, borrachos otros y más despiertos de lo que quisiéramos el resto, hablamos y nos entendemos en una mezcla de castellano, inglés, italiano, portugués, danés y catalán salpicado de juramentos en húngaro y noruego, chascarrillos andaluces, algún saludo hebreo y brindis japoneses. Hablamos y nos entendemos he dicho, y dispersos por toda la superficie venimos aquí a reunirnos sin hacer nada más especial que compartir lo aprendido en nuestra dispersión.
Sonrío cada vez que veo mi casa llena de peregrinos, personas de aquí y acullá, todos con el mismo pasaporte tras cruzar el umbral. A veces me quedo callado, mirando y escuchando, o sólo escuchando desde la habitación de al lado, asombrado de lo fácil que es que se entiendan las personas y lo difícil que resulta que se entiendan los pueblos, maravillado de que este rinconcito del mundo que llamo hogar acoja tal diversidad de personas que se llaman amigos míos, contento de que vengan aquí a pasar buenos ratos y me den un abrazo cuando llegan y otro cuando se van. Sonrío cuando me ven callado, mirándo, y piensan que molestan, que quisiera que se fueran para meterme en cama. Nada más lejano. . . Qué fortuna la mía, que la calma y la tranquilidad del hogar sean unos amigos fumando en la cocina, otros riéndo en el salón o buscando canciones en YouTube antes de retarme a una partida de ajedrez. Todos y cada uno trayendo nuestra pequeña parte del mundo, sin precuparnos mucho de nuestras vidas pasadas ni de las futuras, viviendo esta que nos gusta, y sin saber lo que va a durar sabemos que algún día la echaremos de menos.
Así, entre estos y otros encuentros el las pequeñas Babeles de Matteo y Jutta, entre el atraconcillo de trabajo para dejarlo todo listo para la conferencia en Austria de la semana que viene y caos con la plantilla del blog, la semana me ha volado y no os he contado nada. Así que tranquilos, no estaba muerto, estaba de parranda.
Ahora, recien duchado después de la carrera que me he dado en este día soleado alrededor de los lagos, voy a despedirme con abrazo antes de irme a Christiania, otra Babel, a disfrutar de té barato e idioma universal, digamos jazz latino, y buena compañía. Voy a disfrutar de la bendición de ese diosecillo, que asustado de nuestros logros, nos negó la entrada al cielo; qué se lo quede todo para él!
Un abrazo.
Imagen: La Torre de Babel de Pieter Brueghel el Viejo, 1563, Kunsthistorisches Museum, Viena.
domingo, 27 de enero de 2008
jueves, 17 de enero de 2008
Tengo sueño
A pesar de que ya hemos ganado una hora de luz, ahora en vez de ser de noche a las tres y media tenemos algo de claridad hasta las cuatro y media, me ha vuelto a enganchar la modorra invernal. Claro, después de tres semanas en Asturias a quince grados (o más. . .) y con luz a todas horas, vuelvo a estar en fase a aclimatación, como si fuese noviembre.
Es toda una experiencia descubrir lo animales que somos. Quiero decir, que nos guste o nos guste, por muy racionales, especie superior y toda esa milonga que dicen que nos hemos vuelto los homo sapiens sapiens (algunos más que otros), al final, el sol o la falta de él, el clima, la luna, el aroma del mar y todas esas cosas que llamamos naturaleza y con las que pretendemos no tener nada que ver, se las apañan para recordanos que somos unos animalejos engreídos.
Así ando, asturiano bien entrenado en esto de no ver el sol durante de semanas, otra vez somnoliento, cansado y perezoso todo el día. Disfrutando de mi comunión con la naturaleza, dejando que mi cuerpo se reacostumbre a vivir bajo un sol que ilumina los cortos días con una luz meláncolica, dejando que mi alma se mezca tranquila como los árboles desnudos con el viento frío y constante que me arranca una sonrisa cada amanecer.
Así voy, tomándome con calmita cada pequeño revés cotidiano, sabiéndo que aunque todo parezca muy dramático es una ilusión de mi mente somnolienta, que no todo es tan sombrío como parece a la luz danzante de las velas que alumbran las largas noches de esta ciudad de cuento de hadas.
El norte, el frío y oscuro norte, él te enseña a apreciar el calor y la luz, aquí aprendes no pararte quieto para evitar que el invierno te asfixie en corazón con sus garras heladas, te recuerda que nada da más calor que un abrazo ni nada más luz que una sonrisa.
Es toda una experiencia descubrir lo animales que somos. Quiero decir, que nos guste o nos guste, por muy racionales, especie superior y toda esa milonga que dicen que nos hemos vuelto los homo sapiens sapiens (algunos más que otros), al final, el sol o la falta de él, el clima, la luna, el aroma del mar y todas esas cosas que llamamos naturaleza y con las que pretendemos no tener nada que ver, se las apañan para recordanos que somos unos animalejos engreídos.
Así ando, asturiano bien entrenado en esto de no ver el sol durante de semanas, otra vez somnoliento, cansado y perezoso todo el día. Disfrutando de mi comunión con la naturaleza, dejando que mi cuerpo se reacostumbre a vivir bajo un sol que ilumina los cortos días con una luz meláncolica, dejando que mi alma se mezca tranquila como los árboles desnudos con el viento frío y constante que me arranca una sonrisa cada amanecer.
Así voy, tomándome con calmita cada pequeño revés cotidiano, sabiéndo que aunque todo parezca muy dramático es una ilusión de mi mente somnolienta, que no todo es tan sombrío como parece a la luz danzante de las velas que alumbran las largas noches de esta ciudad de cuento de hadas.
El norte, el frío y oscuro norte, él te enseña a apreciar el calor y la luz, aquí aprendes no pararte quieto para evitar que el invierno te asfixie en corazón con sus garras heladas, te recuerda que nada da más calor que un abrazo ni nada más luz que una sonrisa.
Vanya, a las
22:21
jueves, 10 de enero de 2008
Standby
Así se quedó mi vida las tres semanas que estuve en España, en standby, como la tele cuando te vas a cama después de una peli o el ordenata cuando termino de currar, standby. Un diodo encendido en la oscuridad esperando a que alguien vuelva a ponerlo todo en marcha.
Como siempre que vuelvo al lugar que fue mi hogar durante tantos años, las sensaciones son dispares, y aunque ha dejado de sorprenderme, sigue resultando extraño. Por un lado fue genial volver a estar con la familia, darles un abrazo, charlar, comer juntos; también con los amigotes, que siempre me reciben como si no hubiera pasado el tiempo, como si la última vez que hubiéramos estado juntos hubiera sido ayer por la noche. Pero, el inevitable pero, esa sombra que me encuentro en las miradas, profunda en algunas, tenue en otras. Es la sombra de la inevitable despedida, otra vez. A veces es casi un reproche, a veces comprensiva, alegrándose porque saben que aquí soy feliz. Pero siempre está ahí, quizá esta vez más que las anteriores, porque todo fue un sindios, porque tenía intención de tomármelo con calma y no pudo ser. Esta vez, salvo un par de excepciones, no pude reuniros en grupos que me hicieran más fácil el pasar un buen puñado de horas con todos. Esta vez tuve que andar corriendo de un sitio a otro, el teléfono echando humo, una cerveza aquí, un paseo allí, media cena en el otro lado, hola y adiós más veces de las que me hubiera gustado.
Un sindiós, un sindios frustrante, porque en la mayoría de los casos me he quedado con las ganas de pasar más tiempo con vosotros, de hablar de más cosas, de reírnos más, de hacer algo más juntos. He estado tres semanas sin parar y al mismo tiempo con sensación de no estár haciendo nada, de perder el tiempo, de que mi vida había caído en un limbo donde el tiempo ni pasaba ni llegaba para nada. Y mientras mi vida, mis proyectos, las cosas que llenan mi tiempo día a día y todo lo que dejé a medias se quedaban en standby.
Esperaba que estas vacaciones me cargasen las pilas, que sirvieran para reforzar lazos que la distancia debilita, que fuesen un saludable cambio de aires volviendo a lo conocido, lo tranquilo, lo familiar, y al final me he vuelto con sensación de agobio; ahora necesito descansar de las vacaciones. Y no, que ni se os pase por la cabeza, no estoy echando la culpa a nadie, no espero que porque después de medio año me dé por volver a Gijón tengáis que cambiar vuestras vidas para amoldaros a lo que me salga del arco del triunfo, de ninguna manera. Es sólo el regusto amargo de no haber hecho mucho de lo que quería y de que parte de lo que sí hice no resultó como me hubiera gustado. Aún así, me alegro de haberos visto, aunque fuese poquito, aunque resultase un tanto vacío. Y me alegro aún más de haber comprobado que vuestras vidas también cambian y siguen adelante, que os habéis casado, que sois padres, que habéis cambiado de trabajo, que os habéis ido a vivir con la persona que amáis, que estáis iniciando nuevos proyectos con ilusión. . . Y los que tengáis la sensación de que vuestra vida también está en standby, os recomiendo que hagáis lo mismo que he hecho en cuanto he regresado a mi vida de calles mojadas y noches largas, de cafés a la luz de las velas y surrealismo en dosis no letales: cojed aire, alzad la cabeza, mirad a vuestro alredor con una sonrisa y pulsad el botón que pone
Como siempre que vuelvo al lugar que fue mi hogar durante tantos años, las sensaciones son dispares, y aunque ha dejado de sorprenderme, sigue resultando extraño. Por un lado fue genial volver a estar con la familia, darles un abrazo, charlar, comer juntos; también con los amigotes, que siempre me reciben como si no hubiera pasado el tiempo, como si la última vez que hubiéramos estado juntos hubiera sido ayer por la noche. Pero, el inevitable pero, esa sombra que me encuentro en las miradas, profunda en algunas, tenue en otras. Es la sombra de la inevitable despedida, otra vez. A veces es casi un reproche, a veces comprensiva, alegrándose porque saben que aquí soy feliz. Pero siempre está ahí, quizá esta vez más que las anteriores, porque todo fue un sindios, porque tenía intención de tomármelo con calma y no pudo ser. Esta vez, salvo un par de excepciones, no pude reuniros en grupos que me hicieran más fácil el pasar un buen puñado de horas con todos. Esta vez tuve que andar corriendo de un sitio a otro, el teléfono echando humo, una cerveza aquí, un paseo allí, media cena en el otro lado, hola y adiós más veces de las que me hubiera gustado.
Un sindiós, un sindios frustrante, porque en la mayoría de los casos me he quedado con las ganas de pasar más tiempo con vosotros, de hablar de más cosas, de reírnos más, de hacer algo más juntos. He estado tres semanas sin parar y al mismo tiempo con sensación de no estár haciendo nada, de perder el tiempo, de que mi vida había caído en un limbo donde el tiempo ni pasaba ni llegaba para nada. Y mientras mi vida, mis proyectos, las cosas que llenan mi tiempo día a día y todo lo que dejé a medias se quedaban en standby.
Esperaba que estas vacaciones me cargasen las pilas, que sirvieran para reforzar lazos que la distancia debilita, que fuesen un saludable cambio de aires volviendo a lo conocido, lo tranquilo, lo familiar, y al final me he vuelto con sensación de agobio; ahora necesito descansar de las vacaciones. Y no, que ni se os pase por la cabeza, no estoy echando la culpa a nadie, no espero que porque después de medio año me dé por volver a Gijón tengáis que cambiar vuestras vidas para amoldaros a lo que me salga del arco del triunfo, de ninguna manera. Es sólo el regusto amargo de no haber hecho mucho de lo que quería y de que parte de lo que sí hice no resultó como me hubiera gustado. Aún así, me alegro de haberos visto, aunque fuese poquito, aunque resultase un tanto vacío. Y me alegro aún más de haber comprobado que vuestras vidas también cambian y siguen adelante, que os habéis casado, que sois padres, que habéis cambiado de trabajo, que os habéis ido a vivir con la persona que amáis, que estáis iniciando nuevos proyectos con ilusión. . . Y los que tengáis la sensación de que vuestra vida también está en standby, os recomiendo que hagáis lo mismo que he hecho en cuanto he regresado a mi vida de calles mojadas y noches largas, de cafés a la luz de las velas y surrealismo en dosis no letales: cojed aire, alzad la cabeza, mirad a vuestro alredor con una sonrisa y pulsad el botón que pone
Vanya, a las
22:39
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