
Poca diferencia hay ya entre eso que llaman "viajar" e ir al MaDonals. Llegas, seleccionas un menú predefinido, pagas, ¡esperas!, recibes exactamente lo que ordenaste, exactamente lo que come cualquier otro y que sabe exactamente como lo que comiste las últimas cien veces. Seguro. Milimetrado. Preciso. Predecible. Exactamente lo esperado. Cualquier manera de hacer las cosas en que uno se empeñe en poner algo de sí mismo es peligrosa, inaudita, descabellada. Conducir tu propio coche. Una temeridad. ¿Cómo osas decidir tú mismo cual es la velocidad adecuada, elegir la ruta más divertida despreciando la más rápida y segura entre las vallas de la autovía? Cocinar en casa. Un fracaso perpetuo. ¿Cómo puede estar bien hecho algo que cada vez sabe diferente? Mejor dejarlo todo en manos de profesionales, pagarles por hacer su trabajo y limitarse a esperar. Evitar toda interacción, todo protagonismo. Trabajar de ocho a cinco y esperar el sueldo a fin de mes. Y maldito sea todo lo in-esperado. Ay de aquel que ose pensar que es capaz de hacer nada por sí mismo, que pretenda involucrarse en su propia vida. Mejor venderla pedazo a pedazo seguros de esperar seguros. ¡Vende! ¡Vende! Es lo que haces cuando crees que compras compras.
La vida es un viaje que ya no viajamos, la cambiamos momentos de espera, de inacción, por pequeñas muertes. Ansiosos por llegar seguros y la hora planeada al único destino posible. Ya no viajamos, sólo llegamos. Ya no vivimos, sólo morimos. Poco a poco o todo de golpe cada vez que compramos una espera garantizada.
Imágen: Girl Waiting, sacada de Wallpapers Galaxy.