jueves, 9 de diciembre de 2010

En un andén

Corría por el andén. Qué sería de las estaciones de tren sin personas corriendo por los andenes. Forma parte del romanticismo que envuelve a los trenes. Cada carrera, una historia. Por suerte, de vez en cuando, nos toca interpretar el papel protagonista y no necesitamos montarnos películas para saber de dónde empezó y cómo terminará. Aquel día, un servidor corría por el andén.

Corría por el andén y si alguno de ustedes levantó la vista a la caza de una historia, quizá viese que en una mano sujetaba un vaso de cartón y tapa de plástico. Té caliente, sería una suposición razonable para cualquiera que me conociese. Aunque, pesar de lo que me estaba incordiando, dudo de que alguien se hubiera fijado en aquel vaso. Seguro que resultaba más llamativa la niña de unos tres años sentada en mi otro brazo.

Un observador atento, se percataría de que un servidor, vaso de té en la mano izquierda y niña en el brazo derecho, corría tras una mujer. La mujer cargaba una mochilla. Cada diez o quince pasos, con un revuelo de cabellos rubios, volvía su mirada azul para comprobar si seguía victorioso en mi pelea por sujetar en condiciones a la niña, conserbar el vaso y evitar hostiarnos todos en la nieve helada que cubría el andén.

Quizá habíamos corrido ya demasiado lejos para que alguien viese como llegamos a la puerta del vagón bajo los gestos apresurados del revisor. Posé a la niña en el lo alto de los escalones y, con un pie dentro y otro fuera, alargué el focico para besar a la mujer. Se cerraron las puertas y el tren se las tragó. Tras un gesto con la mano alzada, di media vuelta y desanduve el andén nevado quemándome la lengua con el puto té.

No sé a dónde irá este tren; pero sí sé de dónde vino: de un aeropuerto. . .

Continuará. . .


Imagen: Sacada del uno de los blogs de geo.

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