The Southern Cross (La Cruz del Sur) es un pequeño pedazo de Australia en centro de Copenhague. Fue el sitio perfecto para celebrar el treinta cumpleaños de nuestra australiana favorita, porque es el único sitio de la ciudad donde sirven su ron favorito. No me preguntéis cuál, porque en The Southern Cross aunque nadie te vaya a hablar en danés, su inglés de las antípodas es casi igual de ininteligible, casi.
¿Qué tiene de interesante beber ron australiano con un puñado de amigotes en medio de Copenhague?
La verdad es que no mucho. . . Hasta que entra él por la puerta. Está borracho y se ha confundido de país, seguro, porque con esa falda escocesa, la camisa sacada del vestuario de Braveheart, ese pelo gris, abundante, largo hasta media espalda y aquella sonrisa sólo se puede estar borracho y confundido. Pues ni lo uno ni lo otro, oigan. Estaba muy sereno y seguro de porque había ido allí. Explicó a todos con su precioso acento escocés que venía a saludar a un viejo amigo, calzarse unas pintas de cerveza y, para celebrarlo, cantar algo.
Cuando el dueño del bar apaga la música y los clientes habituales piden silencio, sabes que está a punto de ocurrir algo especial. Sin más ayuda que un bodhrán y su voz potente, el escoces empieza a cantar. Y por arte de magia, qué si no magia, abandonas el siglo XXI, dejas Copenhague, retrocedes siglos hasta una taberna perdida en medio de las Tierras Altas. Ríes, cantas y brindas. Ríes, cantas, brindas y algo pronfundo y ancestral en la sangre nos recuerda porqué antes de la tele, el iPod, internet y YouTube, cantar y contar historias era un regalo de los dioses. Porque un hombre con un simple tambor y su voz puede convertir la noche en un lugar feliz. Puede mantener a raya al frío y la oscuridad, alejar miedos y miserias durante unas horas.
Cuando se cansó de hacer magia, con la cuenta de cervezas ascendiendo a ritmo de una pinta cada dos canciones, se sentó en nuestra mesa a relagarnos algunas historias acumuluadas en sus sesenta años de vida. A poca atención que uno prestase, borracho o no, en las palabras de aquel hombre había más que aprender que en muchos libros. Aún sigo rumiando ciertas frases. Y tardaré tiempo en olvidar la historia de cómo decidió que prefería cantar a disparar. O cómo había matado a su primer hombre. Allá a finales de los sesenta, siendo un soldado británico en Irlanda del Norte. Pero esa es otra historia. . .
Video: Uno de los clásicos que cantamos el sábado por la noche: Drunken sailor interpretada por los Irish Rovers.
JO!!!!...........
ResponderEliminarlo que me gustaria estar ahí en ese momento y compartir una de esas fantásticas cervezas con vos y con John....
Con ese ambiente...
esa música...
Ah.........
Me conformaré con imaginarlo........
(un besin pequeñín por ponerme los dientes largos)
snifff
Bueno, consuelese pensando que, de todos modos, no se hubiera enterado usté de mucho, por aquello de la cuestion idiomática ;)
ResponderEliminarY lo bien que te lo pasas con estos momentos, so cabrito...
ResponderEliminarHombre, si te parece lloro :p Me lo paso cual enano tavernario ;)
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