Ahora que ya nos hemos recuperado de la resaca del Mundial, OEEEH OEH OEH OEEH. . . Y más que nada, ahora que tengo un rato para dedicarle, es un buen momento para dar explicaciones a aquellos de ustedes que se sorprendieron cuando dije que me estaba tragando casi todos los partidos del Mundial. Uno detrás de otro. Creo que sólo me perdí cuatro o cinco.
La pregunta, sin embargo, no debería de ser por qué me entra este afan futbolero cada cuatro años; sino más bien, por qué diantres paso del balónpie el resto del tiempo. El fútbol per se me parece un deporte estético, intersante gracias su habilidad para compaginar tactica de equipo con destellos de talento individual. Me gustan sus cambios de ritmo y como todo se puede poner patas arriba en diez segundos. Lo que resulta un tanto frustante es que para ver un buen partido, a menudo hay que tragarse cien que son una basura. Como hay tanto, tanto, tantísimo fútbol que ver, para maximizar el número de partidos decentes por partido visto, decidí hace tiempo limitarme a ver Mundiales, Eurocopas y algún partido ocasional de la Champions. Además, una de los aspectos que más disfruto del futbol son los enfrentamientos entre diferentes filosofías de juego, y por lo general las selecciones nacionales tiene una idiosincrasia más marcada, difieren más entre ellos, que los clubes que participan en una liga nacional cualquiera.
Pero hay otro motivo más profundo por el que mi afición al fútbol sólo despierta cada dos años. A pesar de lo estético o interesante que me pueda parecer, ver fútbol me enerva. O mejor dicho, son los futbolistas, esa banda de teatreros, metirosos empedernidos, niñatos sin un ápice de dignidad y escaso espíritu deportivo, los que me sacan de quicio. Aún sabiendo que en todo esto hay diferentes grados y excepciones, sigue sin caberme en la cabeza cómo en algo llamado deporte, y no un deporte cualquiera, sino el deporte rey en muchos países, los susodichos deportistas adoptan actitudes deleznables una y otra vez sin que nadie se extrañe lo más mínimo. Un futbolista siempre miente. Da igual que sea consciente de haber hecho falta o no, da igual que sepa que merece una tarjeta o no, no le importa haber echado la pelota fuera o no, él siempre va a protestar. Un futbolista se quejará y mentirá todo lo que sea necesario. Nunca será culpa suya. Hay que engañar al árbitro a cualquiere precio. Un futbolista abandona toda dignidad y finge, se desgañita, grita y persigue por todos los medios lo que quiere: que el árbitro corrobore sus mentiras.
Claro, todo esto ocurre al amparo de un reglamento demasiado benévolo y unos árbitros con menos caracter y autoridad que un borrego en medio de una manada de lobos. Y no me extraña, porque es difícil merecer ningún tipo de autoridad moral o legal tras anular goles como el de Inglaterra a Alemania o dar por bueno el fuera de juego de Velez frente México. Es difícil merecer ningún respeto si jugada tras jugada nos tiemblan la mano y el silbato y al final las tarjetas terminan saliendo en orden aleatorio, más para escudarse tras ellas que para hacer que se cumpla el reglamento.
Así, lo que podría ser un hermoso deporte, sus protagonistas lo convierten a menudo en un espectáculo lamentable. Y lo más lamentable es saber que esos deportistas, esos futbolistas, esos mentirosos y actores de tercera, ellos, son las estrellas, los modelos, el patrón de comportamiento, los heroes en los que se reflejan las aspiraciones de nuestros hijos. Mentir y estafar. Negar ad eternum cualquier clase de culpa. Todo vale si yo gano y al carajo con la honestidad y el espíritu deportivo. Eso es para deportes menos importantes. El fútbol, en cambio, ya se sabe, es como la vida misma. . .
Video: por poner un ejemplo reciente.
Ja, qué bueno. Creo que acabas de describir el por qué no me gusta el fútbol. En mi caso añado otra cosa en cuanto a liga nacional se refiere. Demasiado politiqueo. Cuando se mezclan tantas cosas que para mí no representan en absoluto los valores del deporte.
ResponderEliminarlife's
Claro, no nos engañemos, el fútbol es un deporte para cuatro y un negocio para el resto. Como casi todo en esta sociedad, donde lo que no es negocio mal lo lleva. . .
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