La primera vez uno piensa, vaya, he ido a tropezarme con el vikingo gilipollas. La segunda, casualidades, ya ves tú. La tercera, la achacas al destino, a la fatalidad y a la madre de Murphy (o a la del vikingo). La décima vez que te pasa en una noche, ya llevas tiempo ciscándote en todo, alguien te palmea el hombro, bienvenido a Dinamarca, y aunque te llevan los demonios te muerdes la lengua, metes las manos en los bolsillos por el bien ajeno y, recitando el mantra aquel de allá donde fueres haz lo que vieres, reescribes tu definición de choque cultural.
Si es muy fácil, carajo, que uno es un tipo educado que no busca problemas (no de cierto tipo). Que si quieres pasar sólo tienes que ponerme la mano en el hombro, empujarme gentilmente la espada o darme un toquecito en la cintura y, sin girarme, ni hablarte, ni ponerte en el compormiso de pedirmelo por favor, me aparto un poco para que pases, cruzes el bar, lleves las birras a tus amigotes o le metas mano a tu susodicha, vale? Así que. . . Por qué hostias me tienes que empujar, pisar, tirar media cerveza por encima, o todo a la vez? Por qué haces como que no me ves y ni se te pasa siquiera por la cabeza murmurar un lo siento?!!!
Por qué? Eh, cabrón! Por qué?!!!
Allá donde fueres haz lo que vieres. Después de un par de semanas, te acabas acostumbrando, o eso crees. Lo que de verdad ocurre es que desarrollas una asombrosa hablidad zen, bi güoter mafren, para absorver impactos, balancearte cual bambú con la brisa primaveral, conservar toda tu cerveza dentro de su recipiente y evitar las salpicaduras de las de los demás. Sigues hablando como si no fuese contigo y, lo más importante, no te ciscas en los muertos del vikingo, o vikinga, que por aquí arriba la igualdad se la toman muy a pecho.
Pasa el tiempo y empiezas a creer que ya no te importa, que te has acostumbrado a que te empujen, te pasen por encima como si no estuvieses allí, le den de beber a tu camiseta y sigan de largo como si nada. Allá donde fueres haz lo que vieres. Piensas que te vas integrando, siendo como ellos, hasta que la falacia se cae por su propio peso. Alla donde fuere haz lo que vieres. . . Y una mierda! Que uno no va por ahí empujando a nadie, uno sigue pidiendo paso por favor y se disculpa cuando los azares brownianos intrínsecos a los bares tratan de ponerle el pie donde ya estaba el de otro; no sé ustedes, pero un servidor el principio de exclusión de Fermi lo respeta a raja tabla.
Ese día comprendes, el día que decides no apartarte, plantarte castizo y testarudo dejando sólo dos opciones al que quiera pasar:
- una, empujarte con el ímpetu necesario para alejar del topetazo la duda de lo casual, dando píe a desenlaces inesperados para los pacíficos vikingos;
- dos, solicitarte paso, cosa que concederás con gusto, siempre que se haga con la debida educación.
Ese día comprendes que eras español cuando llegaste, que eres español ahora y que serás español hasta el día que la diñes; aunque te la sude el futbol, creas que la fiesta nacional sería mucho más apropiada con borregos que con toros y te dé por culo el drama flamenco; aunque a la perra España la eches de menos lo justito, Almodóvar te revuelva el estómago y de tu herencia católica sólo se sepa por el número de santos que eres capaz de sacar en procesión junto a los padres de alguno. Español, a pesar de todo y por mucho que te joda, español.
Uno se cree que son cosas de tiempos pasados y difíciles, de gentes rudas que viven en los libros de historia y poco tienen que ver con nosotros aunque compartamos nombres y apellidos. Pero compartimos algo más, viajan con nosotros a todas partes, las llevamos en las médulas y los hígados: honor y educación, a nuestra manera. Podemos aguantar de todo, hacer como que nos la resbala, adaptarnos a lo que sea, todo, menos que nos toquen los cojones. Hay líneas que no se cruzan y punto. Líneas que solo vemos nosotros y nadie más entiende. Líneas que al que quiera cruzarlas le van a costar algo más que el esfuerzo de dar el último paso, boquiabierto, sin entender porque esos morenos se ponen así por nada, los muy gilipollas, que además de pequeños son menos.
Me sorprende y, qué carajo, me enorgullece verlo, leoneses y asturianos, andaluces y vascos, catalanes y gallegos, tanto da, llegado el momento todos españoles. Todos nos callamos como putas; ni gritos a la italiana, ni aspavientos a la sudaca. Media mirada sobra para que aquel ponga las botellas a buen recaudo, el otro haga lo propio con las señoritas, el de al lado se mueva para no estorbar, este apriete con disimulo las llaves en el puño y uno se ate el pelo por si acaso. El vikingo, el perro inglés, el moro o el franchute ni se enteran, no lo saben, no se dan cuenta que hay sonrisas que de amistosas tiene poco, como la de un lobo o la de un español encabronado, que para el caso. . . Otra palabra mal dicha, otro gesto a destiempo y, sin mediar palabra, aquí van a haber ondonadas de hostias.
Manda güevos, tener que venir a Dinamarca para que nos lo recuerden, que hay algo inefable en el ser español, que o se es o no se es, y todos nosotros lo somos y punto. Lo habíamos olvidado (o nunca nos lo explicaron), pero estos no (o sí), y cuando dices España se vuelven más educados (sus lo juro por Snoopy). Haber tenido a Europa agarrada por los cojones durante dos siglos te crea mala fama, normal. Estos nos se olvidan que aquí los espaniards somos unos cabrones hijos de puta peligrosos como la madre que nos parió, porque no hay quien nos entienda. Empújame, písame, mójame, pero después, cabrón, pídeme perdón, hacemos todos como que fue sin querer y tan amigos. Y es que estos herejes no comprenden que demasiadas veces nuestra perra España la única dignidad que nos ha dejado es nuestro derecho a la pataleta, al puñetazo en la mesa y a elegir aquí y ahora en vez de esperar por el verdugo. Por eso, costumbre de siglos, llegado el caso, seguimos añorando una amiga toledana a mano y se nos pasa por la cabeza un. . .
Santiago! Y Cierra España!!!

P.S.- En la actualidad, esas cuatro palabras no son las que más se estilan, sino otras, que conservando el sentido y el espíritu, han evolucionando fruto de la naturaleza cambiante de las lenguas y la riqueza propia del castellano; a saber:
- Me voy a cagar hasta en tu puta madre, cabrón!
- Tú lo que quieres es que te parta la cara, gilipollas!
- Te voy a dar una hostia que te va a hacer falta bocadillo pa'l viaje, 'jo'puta!
Esta última, además de ser muy del gusto del que firma, mediante el giro humorístico o chascarrillo, refleja claramente la familiaridad que todo español tiene con el hecho de estar jodido (que no jodiendo).
Ilustraciones: La carga de los mamelucos, Goya (1814). Fotograma de la película Alatriste, A. Díaz Yañez (2006).